Las encuestas en procesos electorales, sobre todo en comicios presidenciales, resultan ser un instrumento de medición algo peligroso para la democracia.
¿Por qué? En estas elecciones presidenciales de 2018, los colombianos tienen la posibilidad de analizar por lo menos cinco de hojas de vida e igual número de propuestas para votar el domingo 27 de mayo.
Nadie discute la experiencia pública de aspirantes como Humberto De la Calle, Sergio Fajardo y Germán Vargas Lleras. Tampoco el liderazgo y el fervor que despiertan Gustavo Petro e Iván Duque, quienes han capitalizado claramente dos extremos ideológicos: la izquierda y la derecha respectivamente.
Pero los sondeos de opinión contratados por grandes medios bogotanos terminaron, con o sin intensión, cerrando la discusión entre dos candidatos: Petro y Duque.
Y ahí está el problema. Como a nadie le gusta perder, los electores resultan influenciados por el famoso ‘voto útil’ y eligen a uno de los dos aspirantes que visibilizan las encuestas, renunciando al candidato de su preferencia porque tal vez no tendría posibilidades de ganar.
Los encuestadores defienden su negocio y advierten que los resultados de los estudios son solo ‘fotografías’ captadas del momento en el que realizan los sondeos de opinión. Solo eso.
Por fortuna, durante esta última semana los medios de comunicación no pueden revelar más encuestas, precisamente para que los electores puedan tomar una decisión a conciencia y no motivados por resultados estadísticos.
Los candidatos tampoco podrán realizar manifestaciones públicas. Así las campañas no seguirán compitiendo en las redes sociales con fotografías de plazas repletas de asistentes.
La invitación es a que cada elector pueda analizar serenamente las propuestas de todos los candidatos, revisar muy bien quiénes son sus aliados políticos, cómo han ejercido el poder -los que lo han tenido- y cuál es el futuro que quiere para el país. Hay muchas cosas en juego.
