Recordaremos los últimos meses del 2016 como los más vibrantes de la política colombiana en los últimos tiempos.
La polarización en torno al proceso de paz con las Farc ha instalado de nuevo a las élites en su posición original: a los liberales en sus calzas modernizadoras y a los conservadores en su vocación reaccionaria. Su división hoy es integral.
Hasta ahora, la historia política de Colombia ha sido la historia de las divisiones y las alianzas entre estas dos élites. Las terceras fuerzas, incluyendo a las guerrillas, los partidos políticos de izquierda y los movimientos sociales, han ocupado apenas el lugar de espectadores, instrumentalizados para la guerra o para “la paz”.
Este es un nuevo momento de la política, aunque bien puede leerse como el retorno de lo idéntico: los liberales, de nuevo, empujan cambios – esta vez en el marco de la solución política al conflicto armado – y los conservadores, de nuevo, los resisten.
Esta nueva división nos puede llevar a una guerra civil como la que diezmó a una importante porción de la población campesina en los años 40 y 50 del siglo pasado.
Las terceras fuerzas, con pocas excepciones (el Moir de Jorge Enrique Robledo por ejemplo), han concentrado sus esfuerzos en profundizar esta división amarrándose a la agenda de los liberales, y evitando un nuevo pacto de élites.
Dichos pactos, que emergen posterior a las confrontaciones entre las clases dirigentes, tarde o temprano devienen en “bloque contrainsurgente”, en el marco del cual liberales y conservadores se reparten el poder político y económico a cuenta del despojo y el asesinato sistemático de la oposición política.
La regeneración, el Frente Nacional, la aplicación del Estatuto de Seguridad Nacional y la Política de Seguridad Democrática han sido algunas de las expresiones más eficientes de dicho bloque “interélite”.
Decía que este es un momento inédito, vibrante, aunque bien puede ser interpretado como un “eterno retorno de lo idéntico”. Los conservadores, que se reparten entre civilistas y asesinos que combinan política con armas, pusieron sobre la mesa su propuesta de pacto nacional: esto es, dar una patada a lo acordado en La Habana y propinar un golpe histórico a la dirección política de la guerrilla.
El asunto es que lo acordado no tiene nada que ver con un paquete de prerrogativas para unos rebeldes, sino que representa un conjunto de reformas que pueden resolver algunos de los problemas históricos que están la base de nuestros pasados, presentes y futuros conflictos.
¿Qué hacer entonces? Las colombianas y los colombianos nos vemos abocados a la reflexión y a la acción política. Es el momento en el que las terceras fuerzas y la ciudadanía deben decidir si protegen las reformas y pasan la página de la guerra, o definitivamente se hunden en ella.
Otros temas fundamentales para el futuro de Colombia como la apertura democrática, la protección de nuestros bienes comunes y la soberanía alimentaria, ocupan nuestra hoja de ruta para los próximos 20 años.
No es nada más ni nada menos.