Camila Celemín inició en el patinaje desde muy pequeña, por eso muchos la recordarán como miembro de la selección colombiana de esta disciplina deportiva; aunque otros lo harán por su participación en el Desafío Superhumanos 2016.
Ese amor que la mantiene inmersa en el mundo del deporte, pese a las adversidades que ha tenido que enfrentar, se lo inculcaron sus padres, porque ¿qué más querrían un padre ciclista y una madre voleibolista que una hija deportista?
Pues, quisieron y tienen una hija que, además de ser su orgullo y continuar con su legado, es una joven humilde que pese a haber acumulado varias medallas sigue siendo esa misma chica descomplicada que usa pantalones cortos cuando hace calor mientras los ayuda en su negocio de corte y grabado láser.
Perder algo para ganar más
Aunque parecía que el futuro de Camila estaba en el patinaje, disciplina en la que inició a los 8 años, un pequeño error la llevó a colgar sus patines e incursionar en el crossfit. Dos segundos la dejaron por fuera de la selección Colombia de patinaje. Dos segundos que para ella fueron eternos y que permanecen en su memoria aun cuando ya han pasado dos años.
Y es que así es el deporte, años de trabajo y entrenamiento a veces se resumen en tan solo una oportunidad, ganas o pierdes. Esta vez, problemas en sus niveles de azúcar dejaron a Camila fuera de competencia y fuera del patinaje.
“Me la pasé todo ese tiempo sin hacer nada, escondida en el cuarto. Para mí fue muy dura mi retirada, no quería que nadie me viera ni me preguntara sobre el patinaje. Fue como terminar con el amor de mi vida”, recuerda.
Así pasaron dos meses, hasta que su hermana la invitó a un nuevo gimnasio de crossfit que estaban abriendo en la ciudad, solo por hacer algo de ejercicio.
“Cuando llevaba 15 días, el entrenador me dijo que me metiera a los Hero Games (competencia de Ibagué), ¡Pero yo no quería!, igual me metí, quedé de primera y como que se prendió algo en mí, porque competir nunca se me va a salir de la sangre”, cuenta con emoción.
Luego de esa competencia, llegaron los Unbroken Games, en Medellín; el Reto Cafetero, en Pereira y finalmente el Wodfest, competencia nacional en la que ocupó el sexto lugar en la categoría de avanzados.
En esta competencia, la más importante de Colombia en crossfit, Camila se paró frente a los espectadores y en los 20 segundos que le dieron para demostrar su talento levantó 80 kilos en envión, uno de los clásicos movimientos del levantamiento de pesas olímpico.
Así, en menos de un año, se volvió una de las promesas del crossfit en Colombia, mientras se enamoraba más de esta disciplina que es reconocida por mezclar una serie de disciplinas como la halterofilia, la gimnasia, el atletismo y la natación.
Como no olvida lo que es empezar de ceros en el deporte, anima a quienes quieren darle un nuevo rumbo a su vida a dejarse seducir por esta doctrina deportiva.
“Yo veía a los más avanzaditos y pensaba: ‘No, de aquí a que yo haga eso’, y en un momentico ya lo estaba haciendo. Entonces, es chévere que uno se demuestre a sí mismo la capacidad que tiene para hacer las cosas”, comenta.
Una deportista diferente
¿Cómo es el día a día de un deportista? Desde afuera sería fácil creer que son vidas estrictas, que no dejan mucho espacio para algo diferente, y, aunque puede ser cierto en muchos casos, esta crossfitera tiene muy claro que esa no es la vida que quiere.
“Del patinaje aprendí que el deporte hay que disfrutárselo, no hay que volverlo una presión. Si uno gana, bien, si no, también. No es ser conformista con lo que uno tiene, sino dar lo mejor de sí”, afirma.
Por eso, al crossfit le dedica tres horas al día, mientras que cuando patinaba entrenaba más de 10 horas al día. Así fue como tuvo tiempo suficiente para empezar su propio club de patinaje, el CCP, en donde les enseña a los niños de Ibagué a patinar.
Ahora sus días empiezan sin afán. Dice que no le puede faltar el desayuno y un ratico de pereza, ya que últimamente se acuesta tarde viendo series.
Tampoco sigue una dieta estricta ni pesa sus alimentos; ella, básicamente, come lo que preparen en su casa. Y, todos los fines de semana, se come un paquete de gomitas o algún otro dulce.
“A la vuelta de la esquina venden unas galletas de chocolate que son deliciosas. Yo he tratado de mermarle, pero no, ya me acostumbré así”, confiesa entre risas.
Así es Camila y así afronta este nuevo capítulo de su vida. Tras la experiencia que le dejaron los patines, aprendió que un deportista primero que todo debe ser feliz.
“Conozco a muchos atletas profesionales que dicen ser atletas, pero su calidad de persona es muy baja, no saben lo que es sufrir el deporte, porque el deporte también es muy desagradecido”, señala.
Finalmente, con una hermosa sonrisa en su rostro, explica que la vida es una montaña rusa en la que nada sale como se planeó y por eso hay que aprender a ser cómplices de la aventura.
“Este fue un aprendizaje de vida muy bueno, me enseñó que las cosas no siempre salen como uno quiere, que hay que lucharlas. Toda esa terapia ya la viví, uno se crece porque se cree el mejor, pero tarde o temprano llega la vida y lo estrella. Sea como sea, igual uno se va a estrellar”, concluye.