To be or not to be

Por: FERNANDO VARÓN PALOMINO

El país no está polarizado como piensan los intelectuales o columnistas más representativos de los grandes medios, o como nos lo quiere hacer ver «La Gurisatti». En mi forma de ver, los colombianos quieren la paz, pero aún no se conoce en profundidad cómo será el acuerdo con la guerrilla más antigua, sino que solo se han podido vislumbrar hilachas de los puntos acordados.

Esto significa que, a la gran masa del pueblo colombiano, los manipuladores de la opinión no solo piden que se vistan de negro, sino que reiteran hasta la saciedad su estribillo de “paz sin impunidad”. Como si, en época reciente, el permitir que los paramilitares, confesos de miles y miles de crímenes, pagaran ante la justicia ocho años y no resarcieran a las víctimas no fuera impunidad.

Dirán impunidad relativa, pero igual impunidad, o que los discursos de cafetería tengan contenidos tan disímiles, ya que mientras, por ejemplo, en los tertuliaderos de Ibagué se habla de continuar la guerra o de exterminar a las Farc, en regiones remotas del territorio tolimense que han padecido por más de cincuenta años los embates de la violencia se tiene otra dialéctica: “Paz sí, pero con inversión social”.  ¡He ahí la cuestión!

Esto último lo ha entendido el gobernador del Tolima, Oscar Barreto Quiroga. Solo con la presencia del Estado, de las instituciones, y sobre todo, con inversión social, se puede firmar la paz, no en un papel, sino en la conciencia de los colombianos. Lo cual dista del discurso del alcalde Guillermo Alfonso Jaramillo, ante su fanaticada permanente de la tribuna sur del Estadio, que a los reinsertados hay que tráelos al Cañón de Combeima para que sean vigías o que en Anaime haya zonas de concentración, así, a la topa tolondra.

El firmar el acuerdo con las Farc, no significa, como dicen en el gobierno Santos, firmar la paz, no. Ilusos seríamos si pensáramos igual, pero es un acercamiento a lo que sin duda queremos todos: morirnos de viejos y que nuestros hijos y nietos nos acompañen a la última morada, y no que los viejos los acompañemos a ellos.

A Juan Manuel Santos, por quien no voté, se le debe reconocer el empecinamiento poco común en la política, que se mueve al vaivén del «raiting» electoral por el tema de la paz. Pero como muchos dicen, ha descuidado otros temas importantes que permitan consolidar lo conseguido y que con el tiempo no se ahonden nuestras penas.

Su descuido o falta de diligencia, ha permitido que la corrupción haya aumentado a niveles insólitos, que se añore el pensamiento de Turbay relacionado con que es mejor “llevar la corrupción a sus justas proporciones”, y que los cultivos de coca, regresaron a los niveles de la década pasada.

Que la salud tenga síntomas de catástrofe. Que nuestra justicia sea un remedo de justicia. Que el país lo atropellen los camioneros con causas justas o no, pero que 46 días de parálisis dejen pérdidas de 2.6 billones en una economía que intenta sostenerse a flote y que se afecte a 47 millones de habitantes, pone a pensar a quienes creemos que la paz es posible con inversión.

Pero al cadete de la Escuela Naval le falta mucho para administrar el timón del Estado y, por ende, de su gobierno. Tampoco se sabe si pueda manejar la jauría que se avecina frente a los recursos del posconflicto, donde los Vargas Lleras, los Roy Barreras, los Gaviria, los hermanitos Galán, los Gerlein, los Char, las Ong, los jefes guerrilleros, e incluso, quienes se oponen para que los negocien, pedirán la tajada. Por eso la voz de gobernadores y alcaldes debe hacerse sentir para que los recursos lleguen a los entes territoriales y no a las fauces de las hienas.

Foto: elolfato.com

Fecha: lunes - 25 julio - 2016