Si Peñalosa logra imponer el Metro elevado, entrará a la inmortalidad. Porque nadie podrá olvidarlo como el alcalde que tomó la peor decisión técnica de la historia de Bogotá, agravando sus problemas, y porque, tras muchos daños, ese Metro pésimo seguramente tendrá que ser reemplazado, a muy altos costos, por uno subterráneo.
Tan mala es esa idea que el mismo Peñalosa, hace unos años, trinaba poniendo los Metros elevados como ejemplo de lo que no debía hacerse y contando que estaban siendo sustituidos por los subterráneos en las ciudades que los tenían.
En una ciudad como Bogotá, el daño de los Metros elevados no tiene cómo impedirse, por la simple e inevitable razón de que cubren un área demasiado grande sobre unas vías relativamente angostas, ensombreciendo todo su recorrido, sombra que deteriora las condiciones ambientales de los sitios por donde pasa y degrada las calles, los andenes y las edificaciones. Y si esto es inexorable en cualquier parte, aquí se agrava porque la estructura del Metro elevado terminará convertida en el “techo” bajo el cual se desarrollarán las incontables actividades informales de la ciudad. Para entenderlo basta ver lo que pasa con la informalidad y el Metro elevado en el centro de Medellín, una ciudad con problemas menores que los de Bogotá. ¿Se imaginan el desastre en el que terminará la Caracas, ya bastante deteriorada por el Transmilenio, cuando la cubran con las pilastras y el viaducto del Metro?
No se dejen engañar por los falsos dibujos con los que Peñalosa-Santos le hacen publicidad al Metro elevado, el peor que pueda concebirse: falsos los anchos de los andenes, las vías y las alturas del viaducto, falsas las plazoletas que pintan, falso el punto de vista del falso observador y falsos los blancos inmaculados de la estructura. Todos tan falsos como los títulos académicos con los que Peñalosa engañó a los bogotanos.
El único argumento –por así llamarlo– que Peñalosa usó para botar a la basura los 146.000 millones de pesos de estudios del Metro subterráneo, además de la estupidez de afirmar que un Metro y un Transmilenio sirven para lo mismo, fue decir que era más barato el elevado. Hasta eso resultó falaz. Porque el costo por kilómetro del elevado asciende a 661.538 millones de pesos, en tanto el del subterráneo llega a 620.000 millones. Y al Metro que le causará graves daños a la ciudad hay que sumarle los 2,4 billones de pesos que costará el Transmilenio por la Carrera Séptima, obra que se necesita –dicen– por cambiar el Metro subterráneo por el elevado y que con la que se cometerá el crimen de volverla otra Caracas, igual o peor de deteriorada para las gentes.
Mientras Peñalosa insiste en hablar solo de costos –tras la falacia de decir que Bogotá no puede pagarse lo que sí pueden Quito, Lima y Santiago, entre otras capitales–, tiene decidido gastarse 28 billones de pesos en Transmilenios –el Metro elevado vale 15 billones de pesos–, como corresponde con su naturaleza de vendedor de buses, lo que lo hizo conocido entre sus fabricantes. ¡Y también lo hará famoso hacer de Bogotá la única ciudad en el mundo en que el Metro es un alimentador de buses y no al contrario!
Con el mismo espíritu de violadores de la ley con el que buscan impedir que los bogotanos puedan votar su revocatoria, Peñalosa y sus compadres políticos aprobaron las vigencias futuras para el mal Metro de Bogotá. Porque lo hicieron sin los estudios que exigen la Ley 1483 de 2011 y el Decreto 2767 de 2012 y porque la administración actúa con un secretismo ilegal, que le sirve para no dar a conocer oportunamente los estudios del Metro elevado y, en combo con la Financiera de Desarrollo Nacional, poder contratar bajo el régimen privado, más laxo que el público, y con costos reembolsables, como ocurrió en Reficar, todo lo cual facilita que se roben la plata.
Entonces la revocatoria –a la que la élite peñalosista le tiene pavor porque sabe que si se vota, será derrotada– tiene como su principal objetivo impedir que Peñalosa le haga daños graves e irreversibles a la ciudad, como ocurriría con el Metro elevado, la destrucción de la Reserva Van der Hammen y la privatización de la ETB.
Coletilla: para el martes 17 de octubre volvieron a citar el debate que realizaré con Claudia López sobre la corrupción de Odebrecht, el fiscal anticorrupción corrupto, las andanzas en la Corte Suprema y el Fiscal Martínez Neira.