Llegaron las elecciones de Congreso, comicios que revisten una gran importancia. Porque se escoge a quienes van a aprobar las leyes entre el 2018 y el 2022 y porque sus resultados afectan, para bien o para mal, la selección del próximo presidente.
Todo indica que no obstante el enorme descontento ciudadano con la clase política, los mismos con las mismas mantendrán sus mayorías. Porque los métodos vitandos para arrear electores se mantienen incólumes, desde la mermelada corrupta, nacional y regional, que les sirve a las formas clientelistas y extorsivas, hasta la compra directa del voto, cínica, sin disimulos. Y porque, astutos frente a la crisis de un régimen –su régimen– que ni siquiera es capaz de generar más riqueza, así fuera para echarse más plata ilegal al bolsillo, se han dedicado a llenar de miedo a los colombianos, pues saben que no hay nadie más fácil de engañar que una persona muerta de pánico. En su desfachatez, proclaman: “Hemos probado que gobernamos de la peor manera, pero, eso sí, ni se atrevan a pensar siquiera en reemplazarnos”. La peor versión del conocido “¡y es que usted no sabe quién soy yo!”.
Luego las mayorías del nuevo Congreso serán semejantes a las de los anteriores períodos, las cuales, además de sus conocidos defectos, tienen otro poco mencionado pero que puede ser el peor: que no votan a conciencia sino que se les venden a ministros y presidentes a la hora de aprobar las leyes, aun cuando sean contrarias a los intereses de sus propios electores. No es gratuito que la Corte Suprema de Justicia les haya abierto investigación a 230 congresistas por venderle al Ejecutivo los votos con los que le aprobaron sus malas leyes. Basta con ver a los supuestos representantes del campesinado, los indígenas y el empresariado rural aprobando los TLC que los empobrecen y arruinan. E igual astucia ejecutan contra los médicos y las enfermeras, los educadores y los estudiantes y los industriales y los obreros que caen en sus redes.
Si bien es cierto entonces que los congresistas ganamos mucho sea cual sea el indicador que se use para medirlo –tanto, que a mí no me genera ningún problema donar la mitad de lo que gano–, la cosa puede ser peor. Porque dada la pésima calidad de las leyes que aprueban, ¡estos legisladores también serían carísimos incluso por el salario mínimo! Cómo sería de mayúscula la indignación si el país supiera de las numerosas y malas leyes que las bancadas de Santos, Uribe y Vargas Lleras han aprobado, conjuntamente, desde el 2104.
Y es obvio que la recta final de la carrera por la Presidencia va a estar muy afectada por los comentarios que se hagan de los resultados al Congreso, en las que pueden ser las elecciones más atípicas de Colombia por los Acuerdos de La Habana y el uso político que se les ha dado.
Es por ello que han armado como una gavilla en contra de Fajardo y la Coalición Colombia y en especial del Polo, acusándonos de cuanta desproporción se les ocurra. Porque no le perdonan al Polo que sus bancadas hayan sido las mejores del Congreso en razón de cuatro hechos irrefutables. 1. Votamos a conciencia y no por las canonjías de la Casa de Nariño ni de nadie. 2. Actuamos con el valor civil suficiente para decirle pan al pan y vino al vino. 3. Somos solidarios con los reclamos ciudadanos. 4. No nos dejamos cooptar por los gobiernos de Uribe ni de Santos, hecho este último que en especial irrita a quienes estuvieron aquí pero prefirieron acordarse con Santos y defender la idea de repetir en este año las elecciones del Sí y el No, condenando a los colombianos a ser santistas o uribistas. Y porque el único que puede generar una unidad tan amplia capaz derrotar a cualquier otro candidato es Sergio Fajardo, dado que para ganar la Presidencia hay que obtener la mitad más uno de los votos, al contrario de lo que ocurre con las alcaldías, que pueden alcanzarse con respaldos bastante menores. ¿La pesadilla de Vargas, Duque, Marta Lucía y Petro? Tener que competir con Fajardo en la segunda vuelta.
Se imaginan ustedes las fiestas de la Casa de Nariño y de otras cúpulas políticas si por una puerta entraran al Congreso nuevas fuerzas amigas del gobierno y por la otra saliéramos los polistas, que siempre dijimos “Proceso de paz, sí; Santos no”, y tampoco Uribe. Y las de ciertos intocables que el Polo sí ha tocado, si nuestras voces desaparecen de esos recintos. Aunque por el respaldo que sentimos estamos convencidos de que tendrán que seguir aguantándonos en el Senado y la Cámara, no le sobra, amigo lector, meditar sobre cómo se están moviendo las cosas.