Está en carteleras en el país “Out of the dark”, o “Desde la oscuridad”, la película de Lluis Quilez rodada en el Tolima. Si bien el filme está siendo presentado en todos los cines como una película de terror, las fibras históricas que toca y el contexto en el que se desarrolla, obligan una mirada política.
A grandes rasgos, trata la historia de una familia extranjera que viene a vivir al municipio de Santa Clara, Colombia, para ocuparse de negocios familiares, entre estos, una poderosa fábrica de papel.
Buena parte de la narración se va en la repetición del repertorio más comercial y clichésudo del género de terror: una mansión alejada en medio de un terrible bosque, que por supuesto nadie habita hace muchos años y que, como espacio dramático – y como es de esperarse -, concentra la acción de los personajes: de los “protagonistas” – la familia extranjera – y de sus “antagónicos” – aunque ese orden se trastoca -.
Estos son representados por “los niños santos”, cuya leyenda se remonta al período de la Conquista, época en la cual todos los niños de Santa Clara fueron apresados en el templo del municipio, a cambio de su peso en plata, y luego incinerados una vez sus padres consiguieron las monedas. Desde entonces y como represalia, “los niños santos” deambulan por las calles del pueblo descargando su furia contra las personas.
Con esos elementos se producen algunas imágenes de miedo, pero, para suerte de los espectadores, “Out of the dark” no termina allí. O, mejor, lo más aterrador apenas comienza.
La narración da un giro radical cuando Sarah (Julia Stiles) descubre que la historia de los niños santos tiene otro origen, y que su sufrimiento no tiene nada que ver con la Conquista sino con la modernidad: sus llagas no eran de fuego sino de mercurio, el químico usado por la empresa de Jordan, su padre, para la producción de papel y que había contaminado las fuentes de agua de Santa Clara.
En esta parte tenemos que volver a la secuencia inicial de la película, cuando se ve al médico de la empresa quemando las historias clínicas de los niños. Jordan – quien tiene una muy buena relación con los políticos de la región – ocultaba deliberadamente los resultados nefastos de sus operaciones industriales, incluyendo los cuerpos de los mismos afectados.
Por eso, cuando la mujer lo confronta, luego de que su propia nieta termina siendo contaminada, al hombre no le queda de otra que aceptar la criminalidad de sus prácticas, aunque en su mea culpa, deja entrever que en realidad no se arrepiente de sus acciones.
Es acá donde el terror se va del contenido de la película para darle paso a la política: para Jordan, Santa Clara debía su civilización a él, lo cual automáticamente le tendría que garantizar una suerte de inmunidad. En su diálogo con Sarah dice que el pueblo “era solo un río y unos pescadores cuando yo llegué, un caserío que ahora es la ciudad próspera que se puede ver. Todo ese progreso se lo debe a tu padre. Yo los vine a civilizar”.
Al final el hombre muere, también contaminado por mercurio, su nieta se recupera y los niños santos pueden descansar en paz.
La película termina con una imagen de primer plano de un niño tomando agua directamente de una caneca. Nos recuerda que algo tan sencillo pero tan vital como poder sacear la sed, no se compara con otra cosa en el mundo.
FOTO DE CINECOLOMBIA