Óscar Gutiérrez es un periodista bogotano que perdió la visión durante seis años, pero volvió a ver. Ha vivido gran parte de su vida en Ibagué, y ha trabajado en radio, televisión y prensa nacional y local. A sus 83 años su imagen es vigorosa y refleja vitalidad, producto de la práctica del ciclismo, la natación y el fútbol desde su juventud. Actualmente, colabora con la Policía Metropolitana de Ibagué en proyectos sociales, y en la emisión de notas y boletines informativos.
En agosto de 2006, caminando en medio de los árboles de un vivero en la localidad costera de Quintay, Chile, recuperó milagrosamente la visión, apreciando como por primera vez, la diversidad de las formas y el color.
Su temprana vocación periodística
A los seis años de edad, Óscar Gutiérrez llegó a Ibagué de la mano de su madre, quien buscaba trabajo como modista. Su interés y gusto por el periodismo nació cuando practicaba ciclismo, y se percató de la no existencia de una prensa que cubriera esta disciplina deportiva. Don Óscar fue el gestor de los primeros boletines, incursionando en el género de la crónica a sus 17 años. Se dio a conocer al punto de consolidarse como corresponsal de la mayor parte de los diarios del país. Trabajó, por ejemplo, 20 años en El Espectador en donde aprendió gracias a periodistas como José Salgar y Mike Forero Nougués, lecciones como la objetividad, la neutralidad y la prohibición del adjetivo en la redacción noticiosa. “Nos formamos cargando ladrillos, pero con una verdadera vocación de servicio, de ética, de respeto”, recuerda don Óscar con estima.
En Ibagué, fue jefe de prensa de la Gobernación del Tolima en tres ocasiones; también del Conservatorio del Tolima, el Hospital Federico Lleras Acosta, del Sena y de la Policía. Su vínculo con el periodismo lleva más de 60 años, oficio que aprendió empíricamente a falta de las facultades universitarias en aquella época.
El día en que escapó la luz
Óscar Gutiérrez tenía a su cargo el programa Termómetro de la emisora La Voz del Tolima a finales de la década del 90’, cuando se realizó un examen del corazón por invitación de un médico entrevistado, más que por necesidad. El resultado arrojó una lesión cardiaca, por lo que se le ordenó un cateterismo que tuvo que practicársele en la Clínica Palermo de la ciudad de Bogotá, dada la ausencia de especialistas de ese tipo en Ibagué. Como requisito, debió permitir una inyección de alto contraste que, según el médico, sólo le produciría una sensación de calor en las manos y en el rostro. Terminado el procedimiento sintió que no podía abrir los párpados. Luego de aplicar medicamentos, lo llevaron a observación. “Después de dos horas, pude abrir los ojos [exclamando]: -doctor: ¡No veo!”
A raíz de un accidente cerebro vascular durante el cateterismo, don Óscar había perdido la visión a sus 74 años. Permaneció un par de días más internado en la clínica, sin obtener una cura. El dictamen neurológico se resumía en una ceguera cortical bilateral que comprometía los dos hemisferios de su cerebro. Habría podido perder el habla o la movilidad, pero sus ojos fueron el blanco del desafortunado evento. Regresó a Ibagué de la mano de su familia, y con la frase de un neurólogo latiendo en su pensamiento: “En un millón de pacientes sucede una vez, y le tocó a usted”.
Preso de angustia pero afrontando su nueva condición, don Óscar aprendió el braille gracias a la instrucción de la Asociación Tolimense de Invidentes, acompañantes en el proceso de aprendizaje. “A uno le hacían bañar las manos y meter en agua caliente y untarse azúcar…uno se sobaba para que la piel estuviera más sensible”. En ausencia del sentido de la vista, don Oscar logró desarrollar los sentidos auditivo y olfativo, convirtiéndose en los nuevos medios de ubicación para su cuerpo y su memoria.
El comienzo de una odisea
Fueron varias las ciudades de Colombia y los países que Óscar visitó en busca de un tratamiento avanzado. Gran parte de su capital fue destinado a la consulta de múltiples opiniones profesionales que pudieran darle vuelo a su esperanza. Asistió igualmente a grupos de oración y centros religiosos para fortalecer su fe y encontrar un milagro, aunque su cercanía al credo religioso ya existía por haber sido seminarista y haber querido ordenarse como sacerdote. En particular, don Oscar recuerda las palabras de un pastor mexicano de la Iglesia Caballeros de Cristo en Atlanta, Estados Unidos, que definiría su rumbo en los meses posteriores: “no le diga a Dios por qué…dígale:- ¿para qué?-…y dedíquese a servir, tenga fe”.
A su regreso, comenzó a trabajar por la juventud en el oriente de Caldas, zona de marcada presencia guerrillera y paramilitar. Apoyó los procesos de creación de una emisora y un periódico, este último llamado El Oriente de Caldas. Tiempo después, se entera de la existencia de un instituto especializado en neuroftalmología en Santiago de Chile, y logra viajar por cortesía por Avianca, ya que sus recursos se habían diezmado. Se alojó en la casa de la arquitecta Rebeca Fuentes, quien pertenecía a un grupo de beneficencia, mientras recibía asistencia técnica sin novedad alguna sobre su caso. Un día cualquiera, la mujer le pidió acompañarla a un vivero que tenía en la localidad costera de Quintay, entre Santiago y Valparaíso. En medio de viñedos, y del aroma de los eucaliptos y los pinos en otoño, Óscar Gutiérrez recuperaría la visión.
El anhelado milagro
Al tropezar con una raíz gruesa dentro del bosque, don Óscar perdió el equilibrio y cayó avergonzado al suelo. Cuando intentó levantarse, sintió calor en una de sus manos y su rostro. “[Es cuando] comienzo a ver tres árboles que se enfocaban y se desenfocaban, hasta que los pude ver bien…tres eucaliptos…y volteo y la veo a ella, y le digo: -¿Usted es la doctora Rebeca?…me arrodillé, besé la tierra y le di gracias a Dios-”. Para Óscar Gutiérrez se trató de un milagro. Él y Rebeca celebraron con un llanto compartido la increíble invención sobre sus ojos, que le devolvía la contemplación del mundo y sus colores.
Su familia, médicos y colegas le animaron a dar su testimonio, incluso a través de conferencias y eventos, pero la prudencia y la humildad ganaron en el corazón de este periodista que no abandonó en ningún momento la ilusión de recuperar la visión. Resulta curioso que don Óscar pisara tierras extranjeras que no guarda en su memoria visual, y que aprendiera el braille para después tener que olvidarlo, como él mismo lo afirma: “Cuando volví a ver, me accidenté más que cuando estaba invidente porque el cerebro no le quería hacer caso a los ojos…yo veía unas escaleras y me caía, porque el cerebro se demoraba en dar la orden a los pies para que se movieran…y todavía me pasa…neurólogos en Medellín y en otras partes, me dijeron que tenía que olvidarme de todo lo que había aprendido cuando era invidente”.
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Para el caso de don Óscar no existe explicación científica. Según él, es la primera persona en el mundo en haber recuperado la vista luego de sufrir un accidente de su tipo. Cinco años después, Óscar volvió al sitio de su renacimiento en Quintay, Chile; sembró un árbol y colocó la forma de un triangulo como símbolo de agradecimiento, entre los tres eucaliptos que fueron su primera imagen después de su ceguera.
Hoy, don Óscar continua viviendo en la ciudad de Ibagué con Lucila Gil Varón, ex-reportera gráfica del periódico El Espectador, y con la que tiene tres hijos, dos de los cuales estudian para ser maestros de música del Conservatorio del Tolima. Su labor colaborativa con el Comando de la Policía Metropolitana de Ibagué ocupa gran parte de su tiempo, entre proyectos de formación musical para niños de sectores vulnerables, y labores editoriales y de protocolo al interior del comando. Esto, le permite continuar ejerciendo el periodismo que para él se define como “un servicio a la comunidad”.
No hay que olvidar, que en agosto de este 2015, los ojos de don Óscar cumplen nueve años de haber tenido una segunda oportunidad de brillar, y de seguir mirando el mundo con amor y regocijo.