Ad portas de terminar el mandato de Juan Manuel Santos, léase bien, mandato, es decir, a lo que lo mandamos a hacer, el país sigue en esa polarización generada desde comienzos del 2002, cuando nos dividíamos en buenos y malos.
Aparecen seudo columnistas achacándole al casi expresidente todos los males del país e incluso la corrupción de nuestros coterráneos. No reconocen nada positivo ni siquiera su propia existencia, ni de la de miles de colombianos salvados de la guerra que ahora algunos quieren incentivar. Hablan de la “paz de Santos” como algo despectivo, pero es la misma que a través de las elecciones los ha llevado al Congreso de manera pacífica y ejerciendo libremente el derecho a realizar proselitismo por todo el territorio. Paz, que aún está en construcción y cuando se está en esa etapa se hacen correcciones pero no se puede hacer trizas porque sería volver a empezar, quizá con más odios que los sesenta años anteriores.
Errores cometidos durante ocho años, muchos, pero para algunos estos son imperdonables a diferencia de los cometidos durante toda la historia republicana; de ahí que lo califican como el “Presidente más malo de la historia”. Atrás quedaron según los nuevos historiadores, la entrega de Panamá, los crímenes de las bananeras, el asesinato de estudiantes, los acontecimientos del 9 de abril, las crisis económicas, la entrega del Cagúan, los falsos positivos, y muchos etcéteras.
Se sigue insistiendo que lo que había que hacer no era dialogar sino exterminar y exterminar, se refieren a las Farc y no al paramilitarismo, pero de por medio hay poblaciones enteras, militares y policías que son los que le ponen el pecho a la guerra, los otros, son combatientes de cafetería o de rotativos.
“La paz de Santos”, deja un país aceptable en materia de inversión en diferente frentes y con proyecciones de mejoramiento en materia de educación, salud, ambiente, infraestructura vial, saneamiento básico y vivienda, que son retos que el nuevo presidente no solo asumirá sino que sin duda mejorará dada la composición de su gabinete y las fuerzas políticas que lo acompañan en el Congreso. Por primera vez en muchos años, en la instalación del nuevo Congreso no se habló de guerra.
Cuando digo aceptable, es porque no se puede ocultar que la lucha contra el narcotráfico se sigue perdiendo, que los cultivos ilícitos han aumentado exponencialmente, que la corrupción en todos los niveles, pública y privada es imparable, que la justicia con sus anunciadas reformas quedó en eso, que la grave crisis pensional todos sabemos que existe pero nadie le quiere poner el cascabel al gato, que las reformas fiscales han sido paliativos, en fin muchas cosas quedaron en el tintero.
“La paz de Santos”, deja una economía estable en la región, con una inflación de un dígito a pesar de la tendencia Castro-Chavista, anunciada por algunos sectores. Con un aumento de la franja media económica y por ende rebaja en la población pobre y de extrema pobreza y que según el temido Fondo Monetario Internacional – FMI- en cabeza de su director de Departamento del Hemisferio Occidental, Alejandro Werner, Colombia para el 2018 tendrá un crecimiento del 2.7 % y para 2019 del 3.6 %, según sus propias palabras:
“En Colombia, el crecimiento se acelera a medida que mejoran el consumo privado y las exportaciones, gracias al aumento de la demanda externa y los precios del petróleo, y también al ciclo de expansión monetaria. Es probable que la inversión privada aumente en lo que queda del año, gracias a la reforma tributaria y a la recuperación del precio del petróleo”.
No son palabras de aduladores, son realidades que están por encima del odio. Mientras estas son las expectativas para Colombia, para América Latina y el Caribe, el crecimiento económico para 2018 será 1.6 % y para el próximo 2.6 %.
Por mi parte, le doy gracias a Juan Manuel Santos por habernos permitido soñar en un país en paz, que nos permita pensar en mejorar en todos los aspectos y que el relevo generacional en la Casa de Nariño venga acompañada de esperanza, realidades y sobre todo, de reconciliación.