Es común en estos días ver cómo algunos formadores de opinión así como muchos políticos profesionales y “gabinetólogos”, se encuentran de plácemes ante los anuncios de Iván Duque sobre quiénes lo acompañarán en los próximos cuatro años al frente del gobierno. El común denominador de esta satisfacción es el estribillo -repetido hasta la saciedad- que han convertido casi en un eslogan elevado a sinónimo de buen gobierno, de que el equipo del nuevo presidente “es un gabinete más técnico que político”.
Estos opinadores parecen olvidar que, más que técnico, el gabinete es corporativo. Los grandes gremios económicos tienen presencia directa en el equipo de gobierno del presidente Duque. Hasta se dieron el lujo de poner a un comerciante al frente del Ministerio de Defensa, con tal de repartir la tajada de intereses de forma milimétrica. Así las cosas, no sería extraño que este vaya a ser un gobierno de los gremios y para los gremios. Sería ingenuo pensar que participan en el gabinete para gobernar contra sus intereses, que en muchas ocasiones no son compatibles con los intereses de la mayoría de los colombianos.
Precisamente, por eso que acabo de señalar, es que detrás de la satisfacción con el carácter “técnico” del staff del nuevo gobierno, se busca enviar un mensaje de neutralidad, rigurosidad y asepsia política e ideológica. El tecnócrata –nos dicen- toma decisiones objetivas, basadas en datos incontrastables y, en especial, alejadas de las veleidades de la política. Una especie de dioses justicieros que en su sabiduría técnica solo buscan el bienestar de todos sin miramientos de condición social, económica o política. Pero esto es completamente falso.
Hacer énfasis en el carácter «técnico” del gabinete, permite restar importancia al asunto que, a mi juicio, es central: el programa con el que va a gobernar ese gabinete técnico, que, en el caso del nuevo gobierno, está atravesado por los intereses corporativos de los gremios. Esa es la fuente de la «ingenuidad» de quienes idolatran a la tecnocracia: creer que esta es neutra, asexuada teórica y políticamente. Y no, la tecnocracia responde a una concepción teórica-ideológica; en el caso actual, anclada a la agenda neoliberal, que es la que ha imperado en el país los últimos 28 años.
Por ello, augurar que esa tecnocracia estará al servicio de los intereses políticos y económicos de los más poderosos no es un prejuicio sino una conclusión derivada de su orientación teórica e ideológica. Por ejemplo, todos los técnicos nombrados en asuntos económicos son defensores de la reducción de impuestos al capital como mecanismo para lograr crecimiento y empleo. Esa perspectiva tiene detrás una concepción teórica e ideológica ligada al modelo neoliberal, por tanto difícilmente se puede esperar que ejecuten un programa distinto.
En última instancia, esa idolatría a la tecnocracia parece suponer una cándida analogía tipo gabinete técnico=gabinete bueno. Pero habría que preguntarse ¿Bueno para qué o para quiénes? Las decisiones económicas, así se arropen con criterios técnicos, son decisiones políticas. Por tanto esa separación entre lo técnico y lo político a la hora de tomar decisiones económicas o de bienestar es engañosa. Cárdenas, un ministro técnico, aprobó en 2016 un aumento de sueldo a los congresistas superior al de un trabajador raso. ¿Por qué? ¿Cuál fue el criterio «técnico» detrás? Ninguno. Fue una decisión política. Detrás de las decisiones aparentemente neutras de la técnica, hay una concepción de la política, del papel del Estado, de la que se considera la mejor forma de organización de la sociedad y, principalmente, de los intereses particulares que defiende el gobierno de turno. En los años 70, el modelo desarrollista también tuvo una tecnocracia legitimadora de sus políticas.