Ha pasado tan solo una semana de la muerte del que para muchos era la nueva promesa del vallenato. En principio, expreso mi solidaridad y admiración por la familia de este joven artista que como muchos otros dejaba todo en tarima para hacer feliz a miles de seguidores que esperaban lo que fuera por verlo y oírlo cantar.
Me han llamado la atención muchas de las columnas publicadas en diferentes medios sobre la vida, trayecto musical y muerte del ‘Gran Martín Elías’. Una de ellas ha sido la escrita por María Antonia de la Torre y la cual fue publicada en el New York Times. En ella se refiere más que la ha muerte del artista, a hechos de la vida de su padre, el también cantante de vallenato Diomedes Díaz. Debo confesar que cuando empecé a leer la columna esperaba con mucha ansiedad, leer el párrafo en el que esta ‘colega’ se excusara con la familia y los seguidores del artistas por los desafortunados e inapropiados trinos que sin cordura alguna publicó en su cuenta de twitter poco tiempo después de conocer el fallecimiento del hijo del Cacique de la Junta.
Las excusas nunca las leí. Lo que leí fue una serie de sucesos que pueden llegar a ser todos ciertos y que sí están muy bien investigados por de la Torre y que además, se suman a la serie de hechos que en ocasiones se quedan en el baúl del olvido, tanto del periodismo como de la memoria colectiva de los colombianos. Sin embargo, teniendo mucho respeto y solidaridad con la familia del ahora fallecido Martín Elías, considero que lo escrito por la periodista de El Tiempo es una falta evidente de sentido humano, de comprensión y de ponerse en los zapatos de quienes ahora sufren la partida del artista. Si bien dedicó pocos párrafos a expresar que la vida del joven de 26 años fue diferente a la de su padre, se quedó corta y le faltó ser explicita en ofrecer más que excusas, perdón por su falta de tacto y de calidez humana hecha pública en la red social ya mencionada.
Siguiendo por esta línea, en la que me sorprende la poca solidaridad de estos seres humanos, me encuentro con la columna de Isidro Santos Gutiérrez, titulada “Martín Elías: un gran parrandero y nada más”, a este autor no solo le faltó todo lo que a la anterior sino que además se le sumó el ser despectivo con los centenares de Martinistas, como se hacían llamar los seguidores del Gran Martín Elías. Atreverse a decir : “Que era muy joven, es innegable, pero que haya sido una promesa de algo distinto a vender más discos y acompañar parrandas de distinguidas familias costeñas, hacer barullos de sala mientras se plancha y se lava la loza o cuitar desamores en tiendas de barrio, discotecas o lupanares, no lo creo”.
Realmente me parece tan absurdo y ofensivo que una persona, independiente de lo que sea, de si es o no periodista, de si trabaja o no en los medios de comunicación; le falte tanto en el alma y en el sentir de lo humano para no pensar si quiera un momento que cada palabra que se expresa o se escribe será leída, ahora o después, por una esposa, unos hijos, unos hermanos, una madre, unos amigos que tienen el corazón destrozado y que de ahora en adelante se deben levantar todos los días de su vida extrañando a un ser querido al que nunca más podrán volver a ver, sentir o abrazar.
Yo me pregunto, ¿estas personas, de la Torre y Santos Gutiérrez, será que nunca han perdido un ser querido? Seguramente no han sentido ese dolor infame que se apodera de uno y que carcome todo hacia adentro por la impotencia, desilusión e inmensa tristeza de no volver a tener entre los vivos a aquel ser que significa tanto y que se fue de este mundo de una forma tan inesperada y quizá injusta. Si supieran qué es eso, estoy segura que jamás hubiesen escrito lo que escribieron. Y estoy segura también, que el día que lo sientan echaran sus recuerdos atrás y reconocerán que fueron injustos e inclementes.
Debo decir: no soy fans de Martín Elías, poco me gusta el vallenato, vine a conocer de su vida artística y un poco de lo que muestran las redes sobre su familia hasta ahora. Pero… el caso me motivó a escribir esta columna porque en realidad me entristece ver como cada día, destruimos más el mundo con nuestro mal actuar. Estamos viviendo demasiada tristeza, demasiada desolación evidente no solo en desastres naturales sino en el obrar diario de las personas. Tenemos corazones vacíos y almas en pena circulando a cada lado por una falta de respeto, de tolerancia, de pensar en un momento en que la cruz que carga el otro es más grande que la propia y que tan solo por eso debemos ser humildes y cuidadosos al hablar.
Hemos perdido además el respeto al creador. Independientemente de las creencias religiosas, de si somos o no católicos, hemos vuelto comercial cada celebración y siempre buscamos lugar para la fiesta, lo superficial y lo efímero. Lo dijo la esposa del fallecido Martín Elías en su cuenta de Instagram “Hoy Martín partió lejos de este mundo lleno de afanes, lleno de maldades y perdición…la vida es de Dios, nuestras almas pertenecen a él”.
Una muerte como esta que toca a muchos colombianos, debe ser un llamado a la reflexión, a pensar un poco qué mundo le dejaremos a las futuras generaciones. No nos basta con acabar con los recursos naturales, con contribuir a la gran cantidad de desastres y catástrofes; que ahora nos encargamos de hacer público nuestro odio y vacío interior para juzgar al otro porque no comparte nuestros gustos o peor aún porque tiene la sangre de alguien que quizá no obró del todo de forma correcta.
Ojalá que con todo lo que está pasando empecemos a comprender, primero que todo, que tan solo hay siete días, únicos en el año, que deberían ser dedicados 100 % a buscar una tranquilidad, paz y crecimiento espiritual, no porque todos nos tengamos que convertir al credo religioso sino por un simple acto de solidaridad y de compartir pues ¿será que a quienes no creen en Dios o no viven la Semana Mayor para tal fin no les basta con los otros 358 días del año?