Luz Mery Eslava de Caicedo aprendió desde niña la vocación del trabajo. Hoy, a sus 77 años de edad, todavía mantiene su restaurante Boquerón, uno de los sitios más antiguos de la ciudad, y que fundó junto con su esposo Alirio Caicedo. El tamal y la lechona son los productos que más deleitan a sus clientes, y su receta se ha convertido en un preciado patrimonio familiar. Le llaman “Mamá Mery”, como una expresión de cariño y admiración por los gestos de solidaridad que ha tenido con los menos favorecidos. Este apelativo también fue el centro de las proclamas cuando fue víctima del secuestro en septiembre de 2002.
El comienzo de su sueño comercial
Doña Mery nació en medio del calor de Girardot, Cundinamarca, el 30 de Octubre de 1938, y creció en Flandes con sus padres y sus seis hermanos. Gracias a su madre, María Diva, y a su abuela, Eudosia, aprendió a cocinar y a elaborar las comidas típicas tolimenses. Aquí se conocería a sus 15 años con Alirio Caicedo, quien llegó a Flandes por un traslado laboral, y se empeñó en conquistarla desde el primer momento. “Él me contaba que el día que me vio fue un flechazo, y yo ni siquiera lo vi”. Se casó a los 17 años, y mantuvo un matrimonio de más de cincuenta y del cual nacieron cuatro hijos.
Con un capital de 3.800 pesos, doña Mery y su esposo abrieron una tienda en el barrio Boquerón, lugar que sería su casa desde 1958. Fueron creciendo gracias a su dedicación al trabajo y a los créditos que adquirían para materializar su visión comercial. Con tamales y lechona, dieron apertura al restaurante Boquerón, recetas que modificaron para imprimir un sello particular a los platos tradicionales de la región: “Hay gente que pregunta, pero uno tiene sus recetas. Son secretos de familia”.
La clientela crecía, y los personajes ilustres de la época desfilaban por sus mesas. Desde Belisario Betancour y Virgilio Barco, hasta Alberto Santofimio Botero y Álvaro Gómez, se dieron el gusto de probar el resultado del ingenio del matrimonio Caicedo Eslava. Luego del restaurante, vino «Villa Mery», como don Alirio bautizó el hogar que levantó ladrillo a ladrillo, y que hoy se ubica en frente del negocio. Una casa grande y de paredes blancas en las que cuelgan fotografías del fraterno amor que se dieron por 52 años.
Un capítulo difícil: su secuestro
El 22 de Noviembre de 2002, doña Mery atendía su restaurante Boquerón, como todos los días, cuando tres hombres ingresaron a desayunar. Se encontraba en la caja cuando la obligaron a salir con ellos, subiéndola a una camioneta sin dejar rastro. “Me dijeron que eran de las FARC, del grupo Tulio Varón, y que tenía que ir a hablar con el jefe de ellos para que me resolvieran una situación”.
Faltaron 10 días para que doña Mery sumara 15 meses en cautiverio. Le azotaban el temor de ser asesinada y la soledad de no tener a su familia a su lado, a quien logró enviar un par de cartas. Se levantaba a las 8:00 a.m. a desayunar. La lectura y la oración eran sus formas de vivir las horas de incertidumbre. La fe cristiana fue su mayor bastión de lucha, y el conservar la calma su estrategia para sobrellevar el flagelo de perder la libertad.
Según ella, en el secuestro se pierde toda noción de espacio y tiempo, y no se sabe a qué lugar pertenecen esos cielos y cordilleras. Permaneció sola junto a los guerrilleros, quienes le pedían que les enseñara a cocinar. En una oportunidad, compraron un cerdo para navidad para que doña Mery lo prepara, pero el animal enfermó; sin embargo, en el Día de las Madres del año 2003, les indicó de qué manera preparar la comida para lograr un mejor sabor. La premiaron con dos presas de pollo y un agradecimiento por su colaboración.
Para los ibaguereños la noticia fue de un impacto abismal. Doña Mery recuerda los mensajes de aliento que recibía a través de emisoras como La Voz del Tolima, una de las pocas señales que llegaban hasta los bosques espesos que la abrigaban. Fueron varias las caminatas y oraciones que los ciudadanos elevaron por “Mamá Mery” para su pronta liberación, que llegaría un cuatro de febrero de 2004.
Siempre la inquietó la manera en que reaccionaría frente a la anhelada noticia. “Yo quedé como si me hubieran anestesiado, totalmente estática.No sabía qué hablar, hasta que el comandante me dijo: -abuela, ¿es que no me entiende? Mañana usted ya va a dormir a su casa-”. Ella pensó que era broma, y por eso el asombro. Luego gritó emocionada y dio gracias a Dios.
En Ibagué la recibió un grupo de 27 músicos de la Coral, con una serenata emotiva. Doña Mery venía con el cabello largo y blanco, y con las mejillas rojas por las bajas temperaturas que tuvo que pasar durante su secuestro.
“Recobrar la libertad es muy bonito. Uno aprende a valorar más las cosas y a unirse con la familia”. Doña Mery cuenta que, durante dos meses, en su casa no cabía la gente que deseaba saludarla y darle la bienvenida a la libertad. Le enviaban flores y le recordaban lo importante que es para la memoria de los ibaguereños. Hoy sonríe y agradece el respaldo que recibió en aquellos días difíciles, desde la distancia.
La vida, hoy
Los fines de semana, el restaurante Boquerón cuenta con mayor afluencia. Se ofrece una carta de alrededor de 40 platos, y se cuenta con un personal de trabajo de entre dos y cuatro personas, que varía según los pedidos y eventos por atender. La lechona enlatada es uno de sus productos estrella, pues han tenido un gran alcance geográfico al recibir felicitaciones de países como Japón y China.
Hoy, doña Mery supervisa los procesos de producción de su restaurante, pero no cocina. Pese a la ausencia de su esposo, ella ha mantenido su éxito, pues continúa siendo una ferviente amante al trabajo. En su tiempo libre, suele reunirse con grupos de amigas para salir a paseos o celebrar cumpleaños, y también asiste a la iglesia cristiana. Aunque sus hijos y sus nietos no saben del todo sus recetas, doña Mery las tiene anotadas en un cuaderno para que el restaurante Boquerón siga siendo un patrimonio familiar y comercial que ya ha alcanzado las bodas de oro.