El pasado 1 de abril se evidenció, una vez más, lo polarizado que se encuentra el país. La denominada marcha contra la “corrupción”, terminó mostrando una vez más como los fanatismos y los extremos ideológicos son el motor que mueve el odio, la rabia y la intolerancia.
En primer lugar, me sorprendió es mezcla de motivos y convocantes de la iniciativa.
Parecía un mal chiste ver al ex ministro Fernando Londoño, inhabilitado por la Procuraduría General de la Nación para ocupar cargos públicos por 12 años por los actos de corrupción que ya el país conoce; al ex procurador General de la Nación, Alejandro Ordoñez, que no le alcanzan las tirantas para sostener su cinismo y que fue destituido luego de encontrar que su reelección se hizo de forma irregular, otro acto de corrupción que también conoce el país; al ex presidente, Álvaro Uribe, que más allá de todas las investigaciones que giran en su contra, hoy cuenta con la “mala fortuna” de tener más de 8 sus más cercanos colaboradores, por la justicia colombiana, y algunos de ellos prófugos en el exterior en medio de investigaciones; y finalmente, Jhon Jairo Velásquez, alias “Popeye” uno de los asesinos más grandes que ha tenido este país, que se pasea por las calles de Medellín amenazado a mujeres, y al que hoy tristemente muchas personas le hacen eco en las redes sociales, en parte gracias a que un canal de televisión le hace apología, como si ese fuera el referente al que nuestros niños deben estar expuestos.
En segundo lugar, la amañada mutación de dicha marcha, que inició con la problemática de la corrupción y que se transformó en un Frankenstein político e ideológico compuesto por un perdón parcializado hacia la conveniencia ideológica y política (caso Popeye), un pulso de un partido político que quiere volver al poder a como dé lugar, una reiteración de los depredadores de la fe que promueven que el distinto es un pecador, y a la que nada raro hubiese sido que se le sumaran temas como la no convocatoria de Pablo Armero a la Selección Colombia.
Como tercer aspecto, me sorprendieron muchos de los argumentos de aquellos que se encontraban a favor de esta manifestación y que me confirmaron cómo se puede mirar por un solo ojo.
Me asombró que los mismos que se opusieron a la posibilidad de perdonar a los guerrilleros de las FARC, hoy argumentan que el señor alias “Popeye”, quien despertó duras reacciones por su participación en la marcha, ya pagó su condena y que merece la comprensión ciudadana.
Para aquellos que defendimos el plebiscito por la paz (y que no somos defensores de Santos), nos mostraban fotos de alias “Timochenko” con el argumento que ese personaje para nosotros si era un actor válido. Personalmente, creo en el perdón tanto como para “Popeye” como para “Timochenko”, pero hay que tener claro también quiénes han sido, y que no pueden convertirse en “héroes” con los que posemos en fotografías y multipliquemos en las redes sociales.
Será que acaso el día de mañana si se hace una marcha en defensa de los niños y convoca Garavito, por más que haya pagado su condena, es el referente adecuado para asumir estas banderas.
Pero lo más indignante, es que por el afán del apetito político, salga un partido como el Centro Democrático a justificar la participación del ex convicto y trate de capitalizarlo para sus intereses en las urnas.
Otro argumento que me dejó aturdido fue el tono que se le dio a la corrupción. No es posible que no se rechazara toda la corrupción, empezando por la de los convocantes.
Decir que ya Uribe es pasado, y que el presente es Santos, y que por ende es a éste último el que hay que achacarle toda la corrupción, es tan ilógico como pensar que debemos olvidarnos de Pablo Escobar, quien direccionó gran parte de los asesinatos que cometió su sicario.
Como bien dijo en su momento Gustavo Bolívar, a través de su cuenta de Twitter “no es que Santos no se merezca una marcha, se merece hasta 10, pero el problema está en la dignidad de quienes convocan”.
Todo esto debemos articularlo con la intolerancia. Es triste ver como en varias partes del país, personas que marcharon en contra de la corrupción que está encabezada en personas cercanas y en accionares del gobierno del ex presidente Álvaro Uribe, fueron sacadas de manera violenta, agredidas verbalmente y señaladas con apelativos como “traidores”, “guerrilleros”, “vendidos”, entre otros.
El caso de Vladdo y Daniel Samper y el de un ciudadano en Manizales muestran claramente que la intolerancia y el odio son los sentimientos que se respiran, que quizás son avivados con absurdas intervenciones como la del senador del Centro Democrático Daniel Cabrales, quien culpó de la tragedia de Mocoa a las Farc.
Es el momento de sentarnos a pensar que mientras muchos se dejan contagiar por los discursos del odio, sus protagonistas están materializando su sentir en votos. Es el momento de marchar por el respeto y la tolerancia.