Por estos días que se habla de la grandeza y del bicentenario de Manuel Murillo Toro, pero es bueno recordar que la figura cimera de la patria y del liberalismo del siglo XIX perteneció a esa confraternidad universal de hombres libres y de sanas costumbres que se llama masonería.
El egregio personaje, nacido en el Chaparral de los Grandes, en enero de 1816, perteneció a esa pléyade de masones que llevan siglos influenciando los cambios históricos del país, cuyo trabajo es silencioso, y en algunas ocasiones secreto, que muestran resultados de sus acciones en obras, jurisprudencias, leyes, política, arte, literatura y, en fin, en todo aquello que signifique progreso y desarrollo para beneficio de la humanidad.
No en vano, los momentos de gloria de esta fraternidad fue la lucha realizada por la independencia, con el libertador Simón Bolívar a la cabeza, donde guiados por la logia de Lautaro, a la que pertenecía también Francisco de Miranda, lideraron la emancipación de América. Formaron parte de la masonería libertaria: Francisco de Paula Santander, Antonio Nariño, Rafael Urdaneta, Tomás Cipriano de Mosquera, José Hilario López, José María Obando y el general José María Melo, otro tolimense y también chaparraluno.
En el siglo pasado la masonería siguió presente en la decisiones históricas del país, ya con una inclinación liberal con políticos y ex presidentes como Eduardo Santos, Darío Echandía, también de Chaparal, Alberto Lleras Camargo y Germán Zea Hernández y personajes como Luis Cano, el general Benjamín Herrera, los escritores Luis Eduardo Nieto Caballero y Enrique Santos Montejo (Calibán), el poeta Jorge Valencia Jaramillo, y el empresario Leo Kopp, fundador de Bavaria, entre otros destacados hombres.
Este breve esbozo nos muestra la categoría de hombres a la que perteneció Murillo Toro, una persona de humilde cuna, que: “(…) a fuerza de talento y consagración, y gracias a su pluma y a su oratoria, recorrió una brillante carrera política que culminó al ocupar por dos veces la presidencia de Colombia; en momentos en que las luchas políticas eran muy fuertes y se imponía el militarismo de Mosquera, la silueta de Murillo Toro encarnó el civilismo y a él volvieron los ojos de los patricios liberales considerándolo como el símbolo de sus ideales de libertad”, dice Alfredo D. Bateman, de la Académia Colombiana de Historia, en su libro Manuel Murillo Toro.
Por eso, Murillo Toro, en cumplimiento de la Triada de la Masonería Universal: Libertad, Igualdad y Fraternidad, que define su rol histórico y que tiene como estandarte la revolución francesa, se caracterizó tanto por ser un permanente transformador de la sociedad en su época, como que fue el gestor de la abolición de la esclavitud decretada por el congreso constituyente de 1821, llamada también “Libertad de vientres”, que significaba que todo niño que naciera era libre. Además, fue un defensor de las libertades políticas y públicas, de la libertad de prensa, pensamiento y credo religioso; fue uno de los primeros en luchar por la transparencia al crear El Diario Oficial, donde los ciudadanos se enteraban de las contrataciones y movimientos del Estado.
Y en cuanto a obras materiales y estructurales no se quedó atrás. Pese a vivir en una nación aun feudal, como presidente se preocupó por la construcción de una vía entre la planicie de Bogotá y el río Magdalena, fue el primero en prestarle atención a la navegabilidad de este afluente entre Girardot y Barraquilla, desarrolló los ferrocarriles nacionales; en comunicaciones, introdujo el telégrafo, proyectó la construcción de varios caminos de ruedas o carreteras en diversos lugares de la geografía colombiana, entre ellos, las mejoras de las comunicaciones entre el Estado del Tolima y los de Antioquia y Cauca por las vías del Ruiz y el Quindío.
Sin embargo, y pese a su estatura moral, ética, intelectual y de hombre de Estado, Manuel Murillo Toro fue víctima de la maleficencia y la calumnia. En su pueblo natal, debido a que tenía buena voz, animaba y cantaba en fiestas religiosas, sus enemigos le levantaron la pertinaz ofensa de que: “(…) era hijo del sacristán de la iglesia de Chaparral”. Nadie escapa a las malas lenguas, mucho menos a las venenosas.