Quienes pasan habitualmente por la Estación de Bomberos de Ibagué suelen encontrarse con ‘Chancla’, una perrita que descansa en la entrada del recinto y que, junto a ‘Chocolate’, la otra mascota del cuartel, cuidan a los héroes de la ciudad. Mientras ellos vigilan, el teléfono suena sin cesar.
Así es cada día en el cuartel, en donde se reciben aproximadamente 200 llamadas. Es el mismo número de veces que deben tomar los datos pertinentes y verificar. De estos 200 llamados, solo unos cinco resultan ser una verdadera emergencia, el resto son bromas. Es decir, por cada llamada real, se reciben 50 falsas.
“Llaman y preguntan si tenemos agua. La gente cree que es gracioso, pero no tienen en cuenta que aquí solo tenemos dos líneas y a veces se congestionan por todas esas llamadas”, cuenta el bombero Leonardo Manios.
El día que lo visitamos, él estaba de guía, le tocaba pasar las ocho horas de su turno sentado en el escritorio atendiendo los teléfonos. Pero no estaba solo, porque, mientras no haya sucesos en la ciudad, sus compañeros se sientan a ponerle conversación.
Los 10 camiones están listos para salir volados, las 10 pequeñas camas con cobijas rojas están tendidas, los tres trajes están organizados. Todos esperan el momento de actuar.
Los días lentos
Los bomberos trabajan las 24 horas del día, se dividen los turnos de a ocho horas. Los primeros, ingresan a las 6:00 de la mañana y se quedan hasta las 2:00 de la tarde. Después llegan los que trabajan hasta las 10:00 de la noche. Los últimos arrancan a las 10:00 de la noche y van derecho hasta las 2:00 de la mañana.
Estos turnos se los rotan los 78 bomberos que tiene Ibagué, con el derecho a 24 horas de descanso después de cada día trabajado, porque siempre deben estar en óptimas condiciones.
“Imagínese usted un bombero cabeceando en plena emergencia. No, eso no se puede. Por eso es que tenemos aquí camas y nos dan los descansos entre turnos. Mejor dicho, cada rato que uno pueda tener para descansar, es casi que una obligación hacerlo”, explica.
Pero, al tener que estar disponibles las 24 horas y los 365 días del año, es decir, unas 8.760 horas, es necesario estructurar planes de diversión para que la espera no tome represalias y el tiempo que deben esperar entre emergencias no se congele.
“A veces jugamos cartas o póker. También se pone uno a hacer ejercicio o a revisar que las máquinas estén bien. Hace poco me puse a intentar romper el récord mundial de ponerse el traje completo lo más rápido posible, que lo tiene un señor en Estados Unidos con 45 segundos, pero solo lo alcancé a hacer en 52”, cuenta, antes de asegurar que la próxima vez lo hará más rápido.
Sin embargo, por más actividades que encuentren para quemar el tiempo, un día lento siempre será un día largo y difícil. Aun así, Manios los prefiere de esa forma.
“Una vez tuve un turno en que no nos había tocado salir ni a la esquina y un compañero por molestar dijo que ojalá hubiera un incendio para ver si hacían algo. Como a la hora entró una llamada con la información y cuando llegamos era la casa de él”, recuerda como una moraleja.
Momentos particulares
Aunque Manios dice no tener ninguna anécdota en particular en los ocho años que lleva como bombero, sí exalta que el momento más gratificante de su trabajo es cuando los visitan los niños en la estación.
A veces los llevan de los colegios, en otras ocasiones son pequeños que pasan por ahí con sus padres, pero probablemente los mejores días son los 31 de octubre, Día de las Brujitas, cuando los niños llegan disfrazados de bomberos.
“Ellos vienen aquí y se toman fotos con nosotros. Los dejamos montar en las máquinas y les enseñamos lo que hacemos. Es muy bonito porque hay unos que hasta lloran de la emoción. Ahí es cuando uno se da cuenta de la importancia de nuestro trabajo”, añade.
Estos instantes son necesarios para volver a tomar fuerzas y reafirmar el amor que le tienen a su labor, porque por la disponibilidad que deben tener, la vida de un bombero no es fácil. Incluso, es sus días de descanso, si hay una emergencia muy grande, deben ir a atenderla.
Pese a que no todos los días son tan buenos en medio de este oficio, Manios no duda ni un instante, supo que quería ser bombero desde pequeño, porque su padre lo era y su abuelo también lo fue. Así lo siente él y varios de sus compañeros, pues esta es una pasión que casi siempre se hereda.
Los bomberos son un grupo de apasionados que llevan el servicio en su sangre, de hecho, cuando alguno de ellos se casa, lo hace en el traje de gala que tienen y llega a la iglesia en un camión de bomberos para que, en vez de llegar en una limosina alquilada, arranque su nueva vida en el mismo vehículo rojo con el que trabaja a diario.
Además, si un compañero fallece, ellos lo honran vestidos de bomberos y son quienes cargan su ataúd hasta el lugar donde descansará en la eternidad. Lo hacen porque comparten el luto, el dolor y la ausencia de un camarada.
Pero, si usted lo que quiere es conocer de fondo algo que probablemente solo hacen los bomberos, debe pasarse por la estación el día que uno de ellos cumpla años.
“Al cumpleañero se le amarra a alguno de los postes y lo mojamos con las mangueras de las máquinas mientras le cantamos el cumpleaños. Ya después sí se puede comer torta”, cuenta Manios, entre risas. Como estas, son varias las costumbres que los bomberos han tomado del régimen militar.
Luego de escuchar las historias de este valeroso bombero, va entrando por la puerta Chocolate, quien estaba dando una ronda por el sector, acompañado de dos bomberos que estaban atendiendo una emergencia que se presentó por un nido de abejas y se sientan junto a Manios, quien vuelve a la cabina de teléfonos, dispuesto a responder las llamadas.