Ya han sido entrevistadas, pero esta es la primera vez que aparecen juntas en un mismo espacio periodístico. Nancy, Rosa y Paola son las tres únicas conductoras de buseta en Ibagué.
Tienen historias diferentes, pero las une su gusto por el volante. Trabajan como relevos para la empresa Expreso Ibagué, y han demostrado carácter a la hora de adoptar un empleo cuyo personal es mayoritariamente masculino.
Según Lina María Parra Granados, Gerente de Expreso Ibagué desde hace 10 meses, estas tres mujeres aprendieron a ganarse un lugar en la empresa, y el respeto de sus compañeros. Expreso Ibagué cuenta con 309 busetas de servicio de transporte urbano, y con un promedio de 340 a 350 conductores.
Es llamativo además, que la planta administrativa de la empresa está ocupada por 52 mujeres, y que una más se desempeña como jefe de ruta en los puestos de control. Aunque ya ha habido conductoras de bus en la ciudad, no se ha incentivado su capacitación en ingreso en mayor cantidad. Esta, es una mirada a la vida de estas tres mujeres que, con gallardía y sin temor al qué dirán, le han puesto las manos y el pecho al timón.
“La mona”, la mujer paisa de Expreso Ibagué
Le dicen cariñosamente “la mona” y es de Samaná, Caldas. Es la menor de cuatro hermanos y desde niña cambió las muñecas por los camiones de juguete. Libia Nancy Varón Forero ha manejado en trocha, carretera y ahora, en transporte urbano. Tiene siete hijos y su vida ha estado marcada por el conflicto armado colombiano.
Ha vivido en Caldas, Bogotá e Ibagué, y ha atravesado el país en varias direcciones. A sus 48 años, espera vivir de nuevo en el campo, como una añoranza de lo que fue su comienzo como conductora en Samaná, pero también como enamorada del ambiente cafetero; de su gente y de su pueblo.
Fue en San Martín, Meta en donde aprendió a manejar a los 13 años, gracias a su padrastro. Inició con un tractor en la finca de un esmeraldero, rastrillando en las noches. Decidió independizarse a los 14 años llegando a Bogotá. Se alojó en casa de un tío y trabajó en una panadería. Aunque nació en Samaná, Caldas, no tiene familia allí, sin embargo, los buenos amigos la acogieron cuando llegó a los 16 años para laborar en un restaurante.
Un cliente que le coqueteaba, la invitó a acompañarlo en sus recorridos en carro por las montañas. Para Nancy, esto implicaba una condición: “Yo voy con usted, pero usted me enseña a manejar ese carro”. Se trataba de un carro mixto, de esos que transportan panela, café, plátano y yuca, entre veredas. Trabajar como conductora era lo que Nancy realmente quería.
Como una ayuda del destino, se gana un Mazda Fiat Uno Mille en 1.992, pero lo vende para comprar un carro para trocha. Se trató de un Jeep Willys J6 modelo 75, de colores gris y blanco, por un valor de $6.000.000 y al que bautizó como “Pirulo”. Nancy recuerda entre risas que: “ese carro fue la fama en Samaná. Era la única conductora y todavía me dicen <<la taxista>>”.
Su jornada empezaba a las 3:00 a.m., y sólo descansaba los martes y miércoles. Debía llevar carne de Samaná a la vereda Encimadas, en un recorrido de una hora y veinte minutos. Sin embargo, el conflicto armado se cruzaría por su camino.
Una desterrada de sus sueños
Nancy no sólo transportaba mercados y café, sino también pasajeros. En la década de los 90’, una nueva fase del conflicto armado empezaba a afectar a los campesinos y trabajadores rurales. “Yo no sabía nada de lo que estaba pasando, y supuestamente, yo cargaba guerrilla pa’ arriba y pa’ bajo, y yo sana”. En una ocasión, la policía del pueblo le pidió prestado a Nancy su carro, sin decirle que era con intención de buscar guerrilleros. A ella, ya la conocían en las veredas Encimadas y Guacamayal, pues subía cada mañana con su música a todo volumen. Sólo decomisaron armamento, pero Nancy supo de los hechos por vecinos y pobladores.
La guerrilla era quien mandaba. Los asesinatos selectivos se presentaban con frecuencia. Había toques de queda y no se permitía a los jeeps subir a la montaña. “Habían días en que uno no podía salir de la casa…eso lo perifoneaban por el pueblo”, afirma Nancy sobre la difícil situación que se agravaría con el tiempo.
El paisaje cafetero en Samaná, se vería cruzado por las balas y la muerte.
Nancy resistió. Cambió su carro por un bus de Rápido Tolima para continuar trabajando en Samaná. Hacía viajes entre La Dorada, Samaná, Manizales y Puerto Boyacá, adquiriendo experiencia en carretera. En aquel tiempo, ya mantenía una relación con el padre de tres de sus hijos, un también conductor de la misma empresa de transporte.
Más adelante, Nancy vende el bus por dificultades de pago y por deterioro del vehículo. Se traslada con su esposo a Pensilvania, Caldas y trabaja con una camioneta. Luego, se separa por inconvenientes personales, y labora en Bogotá en Expreso Bolivariano durante seis meses. A su regreso, se establece en Arboleda, afrontando la incursión paramilitar a comienzos del 2.000.
Tras un enfrentamiento entre guerrilla y paramilitares, el esposo de Nancy (que trabajaba en ese momento con una ambulancia), tuvo que atender a los heridos. La guerrilla lo retuvo a él, al médico y a la enfermera por quince días en la vereda Cristales. Al ser liberado, decidió no abandonar Caldas pese al peligro que significaba lo ocurrido. Entregó la ambulancia, pero a los pocos días lo asesinaron los paramilitares al acusarlo de colaborador del grupo insurgente.
A sus 34 años, estando embarazada y con dos hijos, Nancy buscó refugio en una familia amiga. A los ocho días de dar a luz, empieza a trabajar en una cafetería, desde donde tuvo que vivir las acciones del Ejército para liberar a Arboleda de la guerrilla. Para cambiar de empleo, decide regresar a Pensilvania, donde recibió amenazas de muerte de parte de los paramilitares que asesinaron a su esposo tiempo atrás. “Esa vez no la mataron porque estaba embarazada…ella tiene información…”, era lo que decían en el pueblo. En el 2.002 deja a sus hijos, y se marcha de nuevo a Expreso Bolivariano, y vive con uno de sus hermanos en Madrid, Cundinamarca.
Nueva oportunidades
Empezó como “segundera”, como se le llama a quienes viajan con el conductor para cubrirlo en los descansos. Alfonso Parra, dueño de Rápido Tolima le negó en varias ocasiones su carnetización pues para él: “las mujeres son para que estén en la casa cuidando a los hijos y cocinando”.
Trasgrediendo este pensamiento, permaneció en Rápido Tolima siendo la única conductora mujer. El trabajo era exigente y agotador, y lo que ganaba lo enviaba a sus hijos, a quienes dejó de ver por dos años, y estaban a cargo de la familia del padre en Pensilvania. “Me quemé. Yo fui una de las que trabajó cuatro o cinco días sin dormir”. Luego, tuvo la posibilidad de manejar un carro que recogió en Florencia, Caquetá, ya con el aval de Alfonso Parra.
En 2.004, se lleva a sus hijos para Bogotá. Después, le cambian las rutas y se radica en Ibagué. Por un malentendido con la señora que cuidaba sus hijos cuando debía trabajar, estos fueron llevados al Bienestar Familiar y dados en custodia a su suegra. En 2.010, sale de Rápido Tolima para trabajar cinco meses en Puerto Boyacá con un bus almirante, llamado así por su tamaño. En particular, Nancy recuerda su llegada a esta ciudad por la actitud de sus habitantes. “Si no volaban pa’ los andenes, se paraban a mirarme, me aplaudían, otros me tocaban cuando llegaba, como si yo fuera un monstruo…aterrados”.
Para lo ibaguereños es igual de sorprendente ver a una mujer manejando una buseta. Nancy incursiona en el transporte urbano con la empresa Logalarza por tres años, y luego pasa a Expreso Ibagué, donde actualmente labora como relevo de los conductores que enferman, salen a vacaciones o descansan. Gana $25.000 por día y cubre las rutas 1,2, 5, 6, 4/7, 8, 10 y 11.
Nancy Varón, ya había sido entrevistada por los periódicos El Nuevo Día en el 2.010 y el Q’Hubo en el 2.014. Ha estado dedicada al transporte de carga y pasajeros por más de 30 años. Hoy, vive con Gentil Mota, su pareja desde el 2.011 en su casa propia, en el barrio Las Delicias, y con su gata Paca. Nancy, dice orgullosa que en cada gremio donde ha estado la estiman y confían en ella porque “el que me enseñó a manejar, me enseñó bien”. A largo plazo, desea retirarse de su trabajo como conductora, dedicarse a cocer en máquina plana y fileteadora, y luego vivir en una finca en alguna zona del Tolima. Quisiera regresar a Samaná, pero se “aguanta las ganas de hacerlo” por su seguridad. Aunque exigente, su trabajo le ha permitido conocer varios lugares de Colombia y ver amanecer y anochecer cuando todos duermen.
Rosa Lilia Borda: madre, arquera y conductora de buseta
Rosa Lilia Borda es ibaguereña y tiene dos gemelas de 13 años. Vive en el barrio La Gaviota de la ciudad de Ibagué. Madruga a las 4:00 a.m. y regresa a las 10:00 p.m. los días de trabajo, para llevar el sustento a su casa. Sus hijas son el centro de su vida. Es la arquera del equipo de fútbol femenino de Expreso Ibagué, empresa a la que ha estado vinculada por cerca de veinte años, aunque por temporadas. Fue chica de acero de la VI Brigada y es amante a los deportes. Desea ver a sus hijas crecer y hacer lo que, quizá, ella no pudo lograr.
En una familia de ocho hermanos, Rosa Lilia es la mayor de las dos mujeres. Dice que sus padres no le permitían trabajar por lo consentida que ha sido. De su niñez, tiene gratos recuerdos de los viajes que su padre organizaba para ella y su hermana, la cual vive actualmente en España desde hace más de 15 años.
Una mujer en el Ejército
Ha probado todos los deportes, en especial los de contacto. Practicó karate y boxeo, y demostró su fuerza física y mental durante los seis años que hizo parte del grupo Chicas de Acero de la VI Brigada de Ibagué, programa del Ejército Nacional. “Le toca a uno lo mismo que a un hombre…es como si uno fuera uno de ellos…el entrenamiento es igual”. La Concha Acústica era el escenario de las agotadoras rutinas, producto de las cuales Rosa Lilia adquirió una contextura gruesa y sus brazos ganaron volumen.
Debía cumplir jornadas de 7:00 a.m. a 6:00 p.m. En general, el programa Chicas de Acero se encarga de realizar labores de servicio social como el arreglo de los parques de la ciudad. No fueron pocas las ocasiones en que cometió faltas y recibió castigos. Cuenta Rosa Lilia que en un desfile de las fuerzas militares, “estaba muy cansada; me senté, le di el tambor a otra y me pillaron”. Tuvo que dar gran cantidad de vueltas en la VI Brigada, recoger la basura de las papeleras y rastrillar los pastos. Al cabo de seis años se retiró del grupo, agotada por el protocolo estricto que debía tenerse con los altos mandos, y por el trato que recibía al hacer parte del Ejército.
Veinte años en Expreso Ibagué
Aprendió a manejar por el padre de sus gemelas, también conductor. Ingresó a Expreso Ibagué con la intimidación que significa pertenecer a un gremio mayoritariamente masculino. Sin embargo, su aceptación fue tal, que ha jugado como arquera también para su equipo de fútbol. En alguna ocasión, sufrió una lesión en la mano que la inmovilizó por 3 meses.
Trabaja por relevos, al igual que sus otras dos compañeras. Se levanta a las 4:00 a.m., deja listo los uniformes de sus hijas y les prepara el desayuno, para comenzar su jornada de cerca de 16 horas. “Cuando llego están dormidas, cuando me voy también”. Los domingos que no trabaja sale a la ciclovia en familia y pasea por la ciudad. En las tardes de descanso suele darle a la pared con el balón en el garaje de su casa, y le gusta ver canales deportivos para entretenerse. Sin embargo, no es hincha de ningún equipo colombiano.
Como conductora también tuvo que vivir sustos. Hace un par de meses, se encontraba manejando la ruta 4/7 por el sector del barrio Combeima. Un pasajero abordó, se sentó por unos minutos y luego desenfundó un revólver para amenazarla a ella y a los demás ocupantes. Rosa Lilia salió ilesa, pero permaneció ocho días sin salir de casa. Afirma que no ha olvidado la cara del delincuente y que el temor la paralizó durante el atraco.
Cuando se desplaza por cada rincón de la ciudad no piensa en los problemas, que a nadie han de faltarle. El timón es su refugio y la paciencia su mejor estrategia para lidiar con los pasajeros y la presión del tiempo. Cuando labora entre semana, cuenta como 15 minutos para almorzar, y los fines de semana, con una hora.
Su papel como arquera
Desde noviembre del año pasado, las mujeres de Expreso Ibagué (tanto de la planta administrativa como operativa) decidieron formar un equipo de fútbol con fines lúdicos y de integración. Habían jugado sólo partidos amistosos con otras empresas, pero hace menos de un mes, hacen parte de un campeonato de futsal femenino, organizado por una cancha sintética del centro de Ibagué. Rosa Lilia es la arquera, y sus hijas y sobrinos son hinchas fieles en cada partido. Los compañeros de trabajo también asisten para animarla a ella y a las otras jugadoras, las dos veces que juegan por semana.
Rosa ya había practicado fútbol con equipos femeninos de su barrio, lo que la llevó a campeonatos en ciudades como Pereira y Cali. También, perteneció a un equipo formado por Caracol Radio que se enfrentaba a otros medios locales, como El Nuevo Día y el Q’Hubo. Cuando vivía con el papá de sus hijas, dice que “echábamos las niñas al coche, y él me las cuidaba mientras jugaba”, lo que evidencia el importante papel que tiene el deporte en su vida.
A Rosa Lilia Borda le gustan las rancheras, y salir a tomarse una cerveza y bailar. Se goza las fiestas del Día del Conductor en su empresa, y se dedica a su trabajo y a sus hijas con empeño. Lo que desea, es ver a sus gemelas de 14 años graduadas del colegio y estudiando una carrera universitaria, mientras continua saliendo adelante con su trabajo como conductora en Expreso Ibagué.
Paola Valbuena, la “chiqui” de Expreso Ibagué
Paola Valbuena tiene 25 años. Vive en el sector de El Salado en la Urbanización Leidy Di con su esposo Mauricio Rosero, quien es también conductor. A Paola le enseñó a conducir su padre a los 14 años, pero sólo cuando obtuvo la licencia logró manejar oficialmente una buseta de transporte urbano. Es devota de la Virgen del Carmen, y sueña con ser veterinaria. Trabaja en Expreso Ibagué desde hace seis años, y tiene claro de lo que se trata ser conductora.
Desde pequeña, Paola no estaba a gusto con el rol tradicional de una mujer que debía dedicarse al hogar y a la cocina. Por ello, le pidió a su padre Héctor Valbuena que le enseñara a manejar la buseta con la que él trabajaba. Tiene otros dos hermanos, uno de los cuales también conduce. En aquel tiempo, los padres de Paola no tenían los recursos para pagarle una universidad, por lo que tuvo que trabajar de mesera por un tiempo y ahorrar para obtener su licencia. “Ahora soy conductora legalmente”, dijo con alegría a sus 18 años pero con la preocupación del cómo empezar.
La gerencia de Expreso Ibagué estaba a cargo de Juan Camilo Hernández Olaya, ante el cual Paola se presentó con intención de pertenecer a su empresa, recibiendo un no como respuesta. Era joven y sin experiencia, pero la vida le daría la oportunidad con prontitud. Una vez, su padre se sintió indispuesto de salud, y fue cuando Paola se ofreció a dar una vuelta con la buseta para que su padre descansara.
Cuando llegó al paradero a marcar, se encontró con el señor Hernández; pensó que dicho hecho significaría el despido de su padre, pero el gerente le dijo que la esperaba a la semana siguiente para arreglar papeles, e ingresar como conductora. “Yo saltaba, yo brincaba, me provocaba besar a ese señor”.
Empezó rotando los fines de semana con la buseta 833, que ya no existe. Luego, cambió de patrón conociendo a Jaime Ospina “Chicano”, el cual, junto con su padre, le enseñaron lo que significa ser conductora de una empresa. “Él me enseñó a saber marcar, saber qué hacer en un trancón, saber cómo tratar al pasajero…lidiar con los compañeros, con la madrugadera…saber para qué son las señales y respetarlas”.
Para Paola Valbuena, el estrés de su trabajo es un factor difícil de llevar. Las responsabilidades son varias: cuidar al pasajero, al peatón, a su propio carro y el de los demás, sostener un producido e intentar librar a la empresa de problemas.
Trabajar en un ambiente de hombres
Una de las particularidades de su trabajo, es tener contacto constante con sus compañeros. Cuando entró, tuvo que aprender ciertos códigos y señales que los conductores tienen para avisar sobre un trancón, o cuando no hay control de jefe de ruta. Para su esposo (conductor de la empresa Logalarza) no es fácil, aunque según Paola se respetan sus espacios. “Somos esposos, somos compañeros de trabajo, pero no nos metemos en lo que el otro hace”. Incluso, ambos se conocieron cuando ella ya manejaba, y él pertenecía a Expreso Ibagué. Cuando se encuentran en carretera, se pitan, se lanzan un beso en el aire, y continúan con el rumbo del día.
Confiesa que el gremio transportador es pesado, no sólo a nivel laboral sino en el ambiente. Los chistes sobre pasajeros, el lenguaje, las infidencias personales y los chismes, no faltan a la hora del descanso, cuando se sientan a tomar gaseosa con pan en los paraderos. En general, Paola ha representado confianza para muchos de los otros conductores, por lo que es común que le cuenten una dificultad y le pidan un consejo. “Yo les digo que no los conozco, que por qué me cuentan, y ellos me responden que porque es difícil contarle a los compañeros porque aquí todos somos hombres”.
En algún momento, Paola tuvo que afrontar el estigma social de dedicarse a un campo comúnmente masculino. Vivía con miedo porque le decían que por usar jeans, zapatillas y manejar un carro era lesbiana. No niega que fue difícil contrarrestar el qué dirán, pero su mismo empleo la ha llenado de fuerza para afrontar este tipo de comentarios y demás inconvenientes de su vida.
El día a día de un conductor
Paola Valbuena cuenta que desde el parabrisas ha visto desde peleas hasta robos en carretera. El paso de pasajera a conductora le ha dado una visión diferente de la realidad. Dice que con su trabajo ha conocido a muchas personas. No falta el borracho que molesta, la mujer que se sube golpeada y llorando, o el que le ofrece cosas robadas. Igualmente, el insulto del particular, del de la moto o del pasajero. “La gente cuando se sube mira y dice: -ah! es una chica; buenos días…otros dicen: -pero, ¿si sabe?…y yo les digo: -pues de aquí pa’ arriba miramos…y no falta el que le echa al guau guau a uno”.
En 2011, Paola no contó con suerte. Se estrelló en tres ocasiones, dejando dos heridos de carro particular en una de ellas. La empresa le dijo que se tomara un mes de descanso para que se concientizara de la importancia de dejar los problemas a un lado cuando se sube al bus, para velar por la seguridad de sus ocupantes y de ella misma.
Hay una anécdota que recuerda sobre una pasajera que le pidió llevarla sin pagar los $1.600, pero que la sorprendió por su honestidad. “Un día se subió una señora en Comfenalco. Me dijo: -acabo de salir de trabajar, pero no me pagaron…yo venía confiada en que me pagaran hoy, para el pasaje-…yo le dije:-súbase por atrás, y otro día me paga-”. Luego, Paola hizo tres vueltas más en su ruta, cuando, en el barrio Yuldaima, le hizo pare la misma señora diciéndole que todo el día había esperado que pasara para cancelarle lo del pasaje.
Algo que irrita a un conductor es que el pasajero timbre cuando cambia un semáforo en verde, y sea sólo sea para dejarlo en la otra esquina. El factor tiempo es su verdugo. De carro a carro sólo debe haber cuatro minutos de diferencia por lo que la presión de cumplir con la meta diaria de pasajeros, y con los tiempos ante el jefe de ruta, aumenta el nivel de competencia entre los conductores. “La vida del conductor, aquí en Ibagué, son los segundos…para nosotros un minuto vale oro”…usted siempre va a ver a un conductor con un reloj…es nuestro mejor amigo”.
Dependiendo de la ruta y el número de buses, así mismo varía la cantidad de vueltas que debe hacer. Por ejemplo, para el caso de la ruta cinco, son por lo menos 10 vueltas; ya para la ruta 11, son unas seis o siete, dependiendo del tráfico. Al final del día debe hacer cuentas, entregar el dinero al patrón, guardar el carro y por fin, llegar a casa, en lo que demora una hora y media.
Es devota de la Virgen del Carmen, por herencia de su padre. Según ella, en una ocasión fue quien la salvó de estrellarse con una ambulancia pues iba escuchando música, y no se percató de la sirena, frenando intempestivamente sin saber por qué. “Siento que cuando arranco ella está al ladito mío”.
Aunque cuenta con tres amigas de hace años, sus amigos incondicionales son Edison Betancur, quien maneja la 898, y Oscar Saavedra, a cargo de la 507 en Expreso Ibagué. Paola sueña con ser veterinaria, y poner su propio negocio. Tiene dos perros llamados Teo y Pelusa, y unos cuantos pescaditos de colores en la sala de su casa. No obstante, no ve cerca la posibilidad de formarse, pues su sueldo está destinado a otras obligaciones.
Sus karmas son la cocina y el frío. Escucha vallenato y bachata, y su tiempo libre lo dedica a una buena conversación con sus amigas, o a una salida en moto con su esposo Mauricio a algún pueblo del Tolima. Siempre ha estado cerca de sus padres y sus hermanos. Quiere conocer el mar, la ciudad de Medellín, y no cree en el matrimonio.
Espera tener dos hijos más adelante, tener su propia casa, estar libre de deudas, y sin problemas. Su rol como conductora la hace sentir completa, y vive agradecida con su padre, quien le abrió las puertas de esta ocupación: “Yo soy conductora gracias a él, yo soy quien soy gracias a él”.