Las nuevas generaciones, las nuevas formas de ver la vida, en donde las personas han aceptado cosas que antes eran impensables, hacen que sitios que eran tabú, como los moteles, ahora sean lugares en donde la gente entra sin pensar más allá del disfrute.
Además de ser un lugar donde las personas van a darle rienda suelta a sus instintos en compañía de su esposo, novio, amante o desconocido por unas cuantas horas, es un negocio bastante rentable. Tanto que, en solo un día, un motel de una ciudad pequeña, como Ibagué, puede recibir hasta 60 parejas.
Y, claramente, si hay un lugar en el que se pueden recopilar muchas historias, es un motel. Por eso, EL OLFATO se dio a la tarea de recolectar las anécdotas más curiosas y divertidas que hayan vivido los empleados y clientes en uno de estos lugares.
Los infieles
“No, mi amor, estoy en el banco y hay una fila horrible”, “estoy en la plaza haciendo mercado, ya voy en una hora”, “no, mi vida, si vieras todo el trabajo que tengo”; son algunas de las frases más comunes que dicen los clientes de este sitio cuando los llaman sus parejas al celular.
A esto se le suman aquellos visitantes regulares. Sí, van con sus esposas y, de vez en cuando, con la amante. Acá les toca estar ‘pilas’ a los camareros y no cometer imprudencias, cuenta uno de los empleados de un motel de Ibagué.
“Cuando van con las esposas uno los saluda por sus respectivos nombres, pero cuando van con personas desconocidas toca hacer de cuenta que nunca los hemos visto”, agregó este personaje.
Pero no faltan los infieles ‘salados’. “Hace muchos años, una mujer iba entrando, cuando, por casualidades de la vida, el marido, quien era como un reciclador, pasaba y la vio entrar. Se formó tremenda ‘pelotera’”, recordó.
Los ladrones
¿Quién dijo que las personas solo van a un motel a pasar un rato agradable con su pareja?… También van a surtirse de útiles de aseo.
“Había una pareja que venía de manera continua y una de las cajeras notó que la mujer llegaba con el bolso vacío y se iba con el bolso lleno. Decidimos hacerle seguimiento. Las habitaciones siempre, antes de entregarse a los clientes, están equipadas con todo lo necesario, pero esta señora siempre llamaba a decir que le lleváramos más papel higiénico, le insistíamos en que en el cuarto había, pero aseguraba que no”, contó la administradora de uno de estos negocios.
Y sí, resulta que esta clienta, al parecer, no iba por tener una noche de pasión con su pareja, sino a llevarse los rollos de papel higiénico de 200 metros que instalan en las habitaciones de este motel.
“A la salida le pedimos que por favor nos mostrara el bolso, pues sabíamos que llevaba el papel higiénico. Nunca volvió”, aseguró.
Aunque este fue de los hechos más curiosos que recuerdan sobre los hurtos a los que se enfrentan con frecuencia, son muchos más los objetos que desaparecen de las habitaciones: sabanas, toallas, cuadros – los cuales tuvieron que quitar de las habitaciones–, jabones y los controles de los televisores.
Cuidadito y dejan la argolla…
Fajas, celulares, cargadores, camándulas y hasta ropa interior son los objetos que más dejan los ibaguereños en los moteles. Algunos pasan a recogerlos, otros pasan a los meses, al año, o simplemente los dejan perder. Excepto la ropa interior, la cual es tirada a la basura de inmediato.
Los alcahuetes
“Se perdió el tabú, ese pensamiento de que ir a un motel era pecado se acabó, porque no es clandestino o solo para los amantes, los esposos, los novios quieren pasar un rato diferente”, dijo esta la mujer.
Y sí que tiene razón, desde hace unos años para acá hasta los hijos y nietos se acercan a hacer reservas para sus padres y abuelos. Además de reservar por unas cuantas horas piden que se les decoren las habitaciones y que tengan todo lo necesario “para que pongan a volar la imaginación”.
Pero la alcahuetería no solo se observa en los clientes. También va por parte del mismo motel, en donde no solo ofrecen un cuarto organizado, aseado y equipado con todo lo necesario para que los clientes pasen un buen rato. Además del servicio de restaurante y bar, ofrecen una salida de escape si la ocasión lo requiere.
“Cierta noche, una pareja se dio cuenta que los estaban esperando afuera, la chica no hacía sino llorar de lo preocupada que estaba. Así que les dije que se escondieran en la parte de atrás de mi carro, los dejé unas cuadras más adelante y nadie se dio cuenta”, reconoció otra trabajadora.
Los gritones
Las camareras, recepcionistas y demás empleados ya están acostumbrados a los gemidos y gritos de placer de los huéspedes, pues no hay pared que detenga el ruido de una pareja “demasiado feliz”. Sin embargo, hay ciertos momentos que llaman su atención.
“A veces los hombres empiezan a ‘bramar’, por ejemplo, contó la administradora. Aunque puede llegar a ser un poco perturbante para los otros clientes, las personas están en total libertad de expresar su estado de excitación, así como las mujeres que suelen gritar toda la noche ‘oh, Dios mío’”.
De hecho, este medio se tomó la tarea de preguntarles a algunos ibaguereños cuáles habían sido las experiencias más curiosas que habían vivido dentro un motel, siendo los gritos de las parejas la respuesta más recurrente.
Por ejemplo, Daniela recordó que, “una vez fui con mi pareja y, la verdad, no pudimos hacer nada porque las personas que estaban en el cuarto de al lado, principalmente la mujer, gritaba mucho. Y fue toda la noche, descansaban diez minutos y gritaba media hora. No pude concentrarme”.
Y otras curiosidades…
Una vez, una de las administradoras hacía una de sus rondas normales para asegurarse de que las cosas estuvieran en orden, cuando ¡pum!, vaya sorpresa, le sale un hombre completamente desnudo por el pasillo. Nunca supieron si estaba drogado, si era un exhibicionista, solo sabían que estaba solo en su habitación y que de la nada empezó a caminar sin nada de ropa. Claramente, tuvieron que pedirle que se retirara y no volviera.
Otras de las situaciones que deben sortear los empleados de los moteles son, en su mayoría, a las esposas. “Tal vez vienen siguiendo a la persona o les dijeron que a sus parejas las vieron entrar, pero entonces vienen a hacernos psicología barata, por ejemplo, que si les podemos decir las placas de los carros que hay en el parqueadero, que porque el hijo se les perdió”. Chicas, chicos, no pierdan el tiempo, primero está el cliente. No les dirán nada.
Hay pequeños detalles que los hombres suelen pasar por alto, pero sus esposas no. Por ejemplo, se les olvida que algunas revisan los bolsillos de los pantalones y las camisas, y allí, seguramente, guardaron el recibo que les dieron por el pago de la habitación cuando fueron a “motelear”.
Pero no se preocupe, en estos sitios piensan en todo, en ningún comprobante de pago, sea electrónico o manual, se visualizará la palabra motel. Solo dirá: en nombre de una empresa privada, gracias por su compra. ¡Qué tal lo ingeniosos!
Por su parte, Felipe, otro de los ibaguereños que entrevistamos, contó que una vez, saliendo de un motel con su pareja se encontró con quienes habían sido sus profesores de Sociales y Educación Física.
“Ambos tenían sus respectivas parejas, así que la cara de pánico que pusieron fue muy divertida”, añadió.
La profesora lo único que hizo fue cubrirse la cara con su cabello, mientras Felipe les gritaba desde el otro lado del pasillo: “Hola, profes. ¿Cómo van?”. Qué ‘pillada’.