No cabe la menor duda que Colombia es un país maravilloso, con gente valiente, echada pa’lante, que ha sabido sobrellevar con dignidad y con una sonrisa siempre, los episodios más oscuros de la historia reciente del país, sin embargo, en medio de esta pujanza y perseverancia, habitan dos patologías sociales que se presentan como determinantes en la problemática que a nivel de convivencia se extiende a lo largo y ancho del territorio nacional.
Las tragedias más grandes y devastadoras que ha tenido que afrontar el país, han sido superadas por medio de la unión, el arraigo y sentido de pertenencia que los colombianos tienen con su nación, como una sola fuerza imparable, se han enfrentado a todas las vicisitudes que han significado medio siglo de conflicto armado, desastres naturales y otros eventos de proporciones catastróficas, no obstante, también ha sido evidente que el futbol y la política, han generado disyuntivas sociales, que derivan en la presencia – prácticamente permanente – de dos elementos propiciadores del caos: fanatismo y polarización.
Pareciese que existe claridad suficiente sobre lo que significa el derecho a la libre expresión, y con el desarrollo de las tecnologías de la información, este derecho se ha masificado a merced de la homogeneización de los medios para que la voz de todos sea escuchada, la facilidad e inmediatez que los medios digitales permiten, han democratizado la comunicación y la opinión, como base de este derecho fundamental e inalienable a expresarse libremente.
Por otra parte de la mano con este auge en la producción permanente de puntos de vista, ha crecido la polarización, se ha confundido la libre expresión con el derecho a imponer uno u otro punto de vista, conllevando a que la réplica u oposición a una premisa, sea inmediatamente abordada con descalificaciones, prejuicios e improperios, en el marco de una dinámica que reclama derechos constitucionales a expresarse, pero que carece de respeto hacia la diferencia.
La repetición cíclica de este tipo de actitudes, que emergen y son aún más visibles cada cuatro años (en la coyuntura de las elecciones presidenciales, particularmente) construye barreras que segmentan a un país en el que ya de por sí, la geografía se ha encargado de dividir, provocando que los regionalismos clásicos, muten hacia un fanatismo político, que para nada coadyuva en la construcción de paz para los colombianos, ocasionando permanentes encuentros plagados de ofensas y burlas, entre las “facciones” que se han creado.
No existe ninguna razón para que la diferencia y el respeto no puedan coexistir, en el debate argumentado y el respeto por las posiciones y elecciones de los demás, se encuentran los pilares para la construcción de paz en el país, es momento de reconsiderar si ese acérrimo fanatismo de verdad sirve de algo, es importante escuchar razones, no para ceder o cambiar de parecer, simplemente para comprender que las convicciones personales son eso: personales, y que ello significa que los demás no están obligados a aceptarlas como propias; convencer, vender una idea es una tarea más simple con argumentos y dialogo, que con insultos.