¿Cuántos pies no han pisado los pasillos más concurridos de un centro comercial? Se podría decir que toda la ciudad, que son algo más de 558.000 personas, han caminado por lo menos una vez en la vida por alguno de los centros comerciales más concurridos de Ibagué, ya sea para celebrar su cumpleaños, ver una película, comer helado o simplemente ‘vitrinear’ por los pasillos.
Nos ponemos nuestra mejor pinta para estar acorde con el lugar, nos sentamos en una de las mesas de la plazoleta de comidas, compramos un helado y, por causas que solo puede explicar la ley de gravedad o simplemente la desconcentración, el helado termina goteando toda la mesa: “¡Típico!”, dirían muchos.
Como si nada hubiera pasado, nos levantamos, dejamos lo que queda del helado en la mesa, junto a su servilleta, y seguimos nuestro camino. Para la mayoría la historia termina ahí, sin embargo para Arledys Pulido el relato apenas comienza.
Un día aseando el Centro Comercial
“Por favor, me colabora con un cominuto en la plazoleta de comidas del segundo piso”, dice por el radio Arledys Pulido en el mismo momento en que las personas abandonan la mesa. En cuestión de segundos, y de forma casi imperceptible para el público, una mujer camina rápidamente hacia el lugar, limpia los residuos del helado con una toallita y la mesa queda como si nada hubiera pasado.
Ellas, las que muchos ignoran, las invisibles, caminan de arriba a abajo, de un lado al otro, las veces que sean necesarias para que el Centro Comercial Multicentro no tenga ni un solo papel en el piso, para que los pasillos siempre estén limpios y los baños relucientes.
Entre semana trabajan un total de 17 personas dedicadas exclusivamente a la limpieza de uno de los centros comerciales más concurridos de Ibagué, mientras que los fines de semana el equipo aumenta a 19 debido al constante flujo de personas en la plazoleta de comidas.
La rutina siempre es la misma: a las 6 de la mañana llega el equipo de aseo y empieza la tarea maratónica de arreglar todo el desastre del día anterior. Dos horas después el lugar es abierto al público, las personas entran a hacer sus respectivas diligencias y miran de reojo las vitrinas, obvian la limpieza con la que cuentan los pasillos y el olor a citronela que siempre es característico de los baños.
Sin embargo el trabajo arduo para los aseadores continúa hasta las 10 de la mañana, que es la hora en que abren los locales comerciales y empieza a tener mayor flujo de gente el Centro Comercial. A las 11:30 a.m. cada sector del lugar debe estar impecable, especialmente la plazoleta de comidas, para que la gente se disponga con agrado a almorzar.
A las 2 de la tarde el equipo de aseadores es relevado por uno nuevo que trabaja de forma continua hasta las 10 de la noche de domingo a domingo. No hay tiempo para hablar ni para desahogarse de quien pisó la baldosa trapeada o regó vidrios en el piso. “Eso pasa a cada rato y una ya está acostumbrada”, dice Pulido.
La jornada se termina a las 9:45 de la noche, a esa hora llega el disponible a recogerlas y empiezan a sacar a la gente del Centro Comercial y, aunque a las 10 de la noche ya se han cerrado las puertas, todavía se puede encontrar gente por ahí sentada o deambulando por los pasillos sin intención de salir.
Para que todo pueda fluir con normalidad en el transcurso del día, cada parte del Centro Comercial está coordinada por un personal. Los baños, por ejemplo, son vigilados minuto a minuto por un operario. Se estima que en una tarde se pueden llegar a gastar hasta 8 rollos de papel higiénico ‘senior’, (que está constituido hasta por 600 metros de papel). Mientras que los pisos de los orinales tienen que ser trapeados cada 15 minutos. “He llegado a trapear hasta 20 veces en la tarde de un día entre semana y hasta 50 veces en una jornada festiva”, confiesa Luz Helena, operaria de uno de los baños del lugar.
Por eso, el ver un baño aseado no es sinónimo de una buena cultura ciudadana, sino más bien del trabajo continuo del equipo de aseo, para que los usuarios no notemos la diferencia. “Si al baño lo dejamos sin trapear 30 minutos, créame que va a empezar a oler a orina y el piso va a tener mal aspecto porque la mayoría, no nos digamos mentiras, tiene mala puntería”, dice entre risas Pulido.
Han sido muchas las veces en que Pulido ha tenido que presenciar que hombres y mujeres, a pesar de ver el piso reluciente del baño, prefieren hacer sus necesidades por fuera del orinal. “Uno ve la gente que se orina por fuera y tira su papel en el piso pero uno no dice nada, simplemente espera que se vaya y recoge el papel y limpia el orinal. Eso es”.
Y seguramente ninguno de nosotros ha tenido que ver un baño fuera de servicio, porque aunque ha pasado, el equipo trabaja de manera record para que nadie lo perciba. “A las compañeras les ha pasado fiascos en el baño, de entrar y encontrarlo todo terrible, incluso de tener que cerrarlo, porque la gente no alcanza a llegar al inodoro y defeca en el piso de los baños. Así que cerramos y en 20 minutos el baño vuelve a estar como nuevo”, revela Arledys.
Un trabajo desagradecido
El trabajo de un aseador se podría definir con la palabra persistencia o ¿a quién le gustaría que al trapear en casa le pisaran una, dos, tres y hasta diez veces el trabajo hecho y tuviera que volver a empezar? “A veces a una le da risa ver a la gente caerse en el piso mojado y a ellos no les importa, pasan. Es por eso que frecuentemente nos dan talleres de control de la ira porque debemos aprender a controlarnos. A todo el mundo le da rabia que le dañen el trabajo que hace, por lo menos así es en la casa, pero aquí estamos trabajando para mucha gente, para toda la ciudad, así que debemos ser pacientes”. Explica Pulido.
Arledys trabaja desde hace cinco años como coordinadora de la limpieza del piso dos del Centro Comercial, y en todo este tiempo son contadas las veces que un usuario le ha dicho: Gracias, por el trabajo hecho. “Pueden entrar 100 personas, pueden tirar la basura en el piso u orinar por fuera del inodoro pero entra una persona que dice “gracias” y con eso nosotras nos sentimos bien y nos motivamos para seguir con nuestro trabajo”.
No faltan las historias en las que recuerda que su trabajo no solo fue ignorado sino subvalorado: “A veces las personas ignoran que nosotros también nos merecemos un buen trato. Recuerdo que una vez una señora traía un bebé de cuatro años, el bebé se “hizo” por fuera del pantalón en uno de los pasillos. Cuando el niño terminó ella le subió el pantalón y siguió su camino. Entonces el guarda le dijo: “señora mire lo que dejó”. Y la señora respondió: “¡Ah sí!, yo no voy a recoger, es que para eso a ellas les pagan”. Y se fue ¿Uno qué tiene que hacer ahí?, controlarse, porque a una le da malgenio que, no se justifica que porque uno trabajé en aseo lo traten de esa manera”.
Aun así Pulido es reiterativa en decir que hace sus funciones con amor y que lo mejor de todo es el trabajo en equipo.
Pensar en las invisibles
La madurez, de acuerdo con Kant, es el momento en que el ser humano no requiere que le enseñen nada porque es capaz de llevar la vida sin ayuda, y no, no me estoy saliendo del tema. Esta idea de Kant está ligada al comportamiento humano en todos los espacios, incluyendo por qué no, un Centro Comercial. Es por eso que el mensaje de Pulido es simple: “Si va al baño no lo dañe, orine dentro de la taza, no tire papeles al suelo y recoja lo que sus hijos hagan”, normas que se reducen a pensar en el otro, en comunidad. Solo de esa forma Arledys y Luz Helena dejarán de ser invisibles y recibirán un “gracias” de su parte.