La generación de la indiferencia

Por: CARLOS BARRIOS

En medio de toda la agitación social y económica derivada en gran medida de los fenómenos políticos por los que atraviesan las sociedades actuales, se ha dejado entrever uno de los mayores retrocesos culturales a nivel mundial: nosotros, a quienes el mundo digital nos ha llamado “milennials”, somos también la generación de los apolíticos.

En Colombia la participación política de los jóvenes había tomado especial relevancia, pues con el movimiento de la “séptima papeleta”, liderado por estudiantes, se logró desencadenar un proceso que condujo a la Constitución Política de 1991.

Sin embargo, las recientes manifestaciones políticas juveniles dan cuenta de que el espectro político de nuestra generación se tambalea entre la indiferencia y el rechazo al sistema. Un claro ejemplo fue lo que sucedió durante el año anterior cuando diferentes grupos se organizaron a favor o en contra del proceso de paz pero la mayoría de los jóvenes se declararon bajo la consigna de no tomar una posición política (refiriéndose en realidad a una posición partidista).

Esto sucede porque la gran mayoría de los jóvenes actuales no vemos diferencia entre izquierda y derecha; pensamos “todos son iguales”. Sentimos rechazo hacia la clase política y al ejercicio que esta desempeña; no le tememos, pero más que nada, no nos interesa. Nos sentimos ajenos a esa clase política y al mismo tiempo, moralmente superiores a quienes participan de ella, aunque sea desde las instituciones más pequeñas.

Esa indisimulada superioridad moral de los nuevos “apolíticos” sobre los ciudadanos que no lo son, ha permitido que algunas de las decisiones políticas más inapropiadas prevalezcan ante la ignorancia de los jóvenes. Este pensamiento pasivo y colectivo no solo provoca que se debiliten y desestimen los procesos de construcción democrática, sino que también profundiza la brecha existente entre gobernantes y gobernados.

Existen múltiples razones a las que se le atribuyen este comportamiento, la más obvia, por supuesto, es la falta de confianza en las instituciones. Los jóvenes fueron siempre la vanguardia en los movimientos que abrían caminos nuevos, pero mientras en el pasado actuaban a las órdenes de las instituciones políticas, sindicales, religiosas o militares, hoy vamos por nuestra cuenta. El problema es que el grueso de nuestra generación decidió enfocar su atención y sus preocupaciones en otros asuntos.

Ostentamos una sensibilidad y conciencia a favor del medio ambiente además de ser socialmente liberales, pero nos caracteriza la publicidad de nuestros actos y la falta de compromiso. Creemos que asistir a una marcha (y tomarnos una foto) es suficiente; pero la política no es solamente salir a marchar cuando hay un escándalo. La política y la construcción social que tanto criticamos, exige pensar problemas, debatir caminos, analizar. No debe quedarse en lo superficial.

Es necesario aclarar que no tener una posición partidista es válido, pero declararse al margen de la izquierda, la derecha o del centro, es una decisión de carácter político. Pero esta debe estar sustentada en algo más que la simple premisa de que otros lo harán por nosotros, o que en algún momento estallará una gran movilización que cambiará el sistema. Por un lado, porque no tiene sentido beneficiarse o criticar las políticas (sanitaria, educativa, económica, etc.) y al mismo tiempo no hacer nada para sostenerlas o mejorarlas. El ejercicio ciudadano es un juego de derechos y deberes, no hay cabida para superioridades morales allí.

Por otro lado, aunque nos llaman dinámicos y creativos, hemos demostrado ser pragmáticos e indiferentes. Esperamos una movilización y con ella cambios, pero si no la impulsamos nosotros, ¿entonces quién? pareciera que los jóvenes tenemos más claro lo que no queremos y lo que rechazamos, que lo que buscamos. No es bueno que la política se distancie tanto de la sociedad, ni la sociedad de lo político, mucho menos los jóvenes.

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Fecha: miércoles - 11 enero - 2017