Todos los días, a las 7:00 de la mañana, los vecinos, conductores y demás transeúntes de los barrios aledaños al Galarza en Ibagué ven pasar trotando a la misma mujer. Ella no mide más de 1.60, no pesa más de 51 kilogramos, pero tiene una fuerza en sus piernas que hace parecer que cada vuelta que da no le cuesta ningún esfuerzo.
Es fácil reconocerla, por su pelo trenzado, los audífonos de diadema que siempre la acompañan, así como la chaqueta azul con amarillo que usa y que dice en un costado “Colombia Comité Olímpico”.
Su nombre es Ingrit Lorena Valencia, tiene 29 años y es nada más y nada menos que una de las pioneras del boxeo femenino en Colombia y ganadora, entre muchos otros títulos, de una medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016. Pero, ¿quién es esta mujer, una de las mejores deportistas del país? (Ver: Ingrit Valencia ganó medalla de bronce en los Juegos Olímpicos)
A pesar de tener unos puños de acero, unos puños con los cuales ha derribado a decenas de rivales de los diferentes continentes del mundo, fuera del ring se define como una persona tranquila, una mujer a la que le encanta cocinarle a su familia y arreglarse para salir a divertirse con ellos el fin de semana (cuando no está en competencia).
“Me encanta cocinar, sobre todo mariscos. Mi hijo y mi esposo dicen que me quedan deliciosos. Me gusta mucho la cocina. De hecho, he pensado que, después de mi carrera como licenciada en Educación Física, quisiera estudiar Gastronomía”, cuenta Ingrit.Los fines de semana salen de paseo, a cine o a montar bicicleta, todo lo que divierta a su hijo de 12 años, con el que no puede pasar mucho tiempo debido a los largos periodos que está fuera de casa entrenando y en competencias. Llevarlo no es una opción, ya que sería una distracción y podría perjudicar su desempeño.
Sus días, así no esté en competencia, son agitados, se levanta a las 5:20 de la mañana, prepara el desayuno y despacha a su hijo para el colegio. Luego sale a entrenar, más tarde regresa y prepara el desayuno para ella y su esposo.
En la actualidad se encuentra estudiando, a distancia, Licenciatura en Educación Física en la Universidad Umecit de Panamá, así que debe sacar tiempo de su jornada para realizar los trabajos pendientes; pues su sueño es graduarse para entrenar a niños que deseen ser boxeadores.
“La idea es graduarme para enseñar a los niños lo que he aprendido y seguiré aprendiendo como atleta, pero también me gustaría dedicarme a la parte administrativa porque nadie más que nosotros los deportistas somos los dolientes de los recursos que nos dan”, puntualiza.
Después de terminar con las obligaciones académicas, arregla su casa, prepara el almuerzo y ayuda con las tareas a su niño. En las tardes, debe salir nuevamente a entrenar, ya que no puede darse el lujo de regresar a una concentración previa a una competencia sin estar preparada. Podría ser fatal.
Finalmente, regresa a su casa para compartir la cena con su hijo y esposo, y acostarse a las 9:30 de la noche.
“Si no descanso bien y lo suficiente, no tendría fuerzas al otro día para levantarme y salir a correr. Los deportistas no podemos descuidar el entrenamiento así no estemos en competencia, la disciplina y constancia siempre deben estar ahí”, manifiesta la medallista olímpica.
La misma Ingrit de Morales, Cauca
Quien no la conozca y mire esos ojos color miel, que acompaña de esa sonrisa que muestra con facilidad, diría que es una mujer con una vida sencilla y fácil, pero estaría muy equivocado.
Ingrit nació en Morales, Cauca, uno de esos muchos municipios que parecieran olvidados por el Estado, razón por la que sus habitantes viven con muchas necesidades y deben luchar cada día por conseguir un plato de comida para sus familias. No obstante, suelen ser pueblos llenos de personas alegres.
“Allá no había restricción para los niños, todo era campo, libre. Lo que más recuerdo es que me la pasaba jugando fútbol todo el tiempo, corría, nadaba. Siempre fui muy atlética”, narra.
Fueron 13 años los que vivió allá, una infancia que recuerda con felicidad y amor por sus abuelos, quienes la criaron hasta ese momento. Pero debía buscar un mejor futuro, así que se fue a vivir con su mamá y sus cuatro hermanos al distrito de Aguablanca en Cali, una de las zonas más complejas de la capital del Valle del Cauca.
El cambio de pasar de vivir en un pueblo a una ciudad fue bastante drástico y más porque se burlaban de su acento campesino, “me jodían porque no hablaba como ellos, con ese ‘mirá ve’”. Así que decidió armarse de valor y enfrentarse con el que se metiera con ella, no importaba que tuviera que recurrir a los golpes.
“Empecé a ir al gimnasio por dos cosas: una, para no coger malos vicios porque en ese sector donde vivía se veía mucho y le tenía miedo a eso, y dos, porque era muy peleona en el colegio, así que quería canalizar esa agresividad”, explica. (Ver: Así fue la bienvenida a Ibagué de la medallista olímpica Íngrit Valencia)
Realmente el boxeo no le gustaba mucho, no era su pasión, pero era el único espacio en el que se le permitía pelear con otras personas sin que le llamaran la atención. De lo que no se había dado cuenta era de que tenía un talento especial para este deporte.
“No me gustaba mucho, pero el entrenador me decía venga y la pongo a pelear, y yo con tal de poder pelear iba todos los días, y hasta cascaba a los niños que ya llevaban tiempo entrenando. Entonces él me decía que tenía madera, así que aprendí las técnicas del boxeo muy rápido”, relata.
Cada día de su vida, desde el momento que salió de Morales, fue una lucha, una “pelea” por no dejarse sumergir en un entorno de violencia, por ser alguien mejor, por sacar a su familia adelante. Precisamente por eso, incluso después de quedarse con los primeros lugares en diferentes competencias internacionales, y obtener la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de 2016, prometió que sería la misma persona humilde y sencilla. Entendió que nadie, por más logros que tenga en la vida, puede sentirse superior a los demás.
“Cuando uno está en la Villa Olímpica viendo a todos esos duros del deporte, como Usain Bolt, Serena Williams, uno se da cuenta que son personas comunes y corrientes. Por eso, en lo personal, soy una Ingrit igual, sigo con la misma humildad y sin olvidar de dónde vengo, cada día lo recuerdo más porque me impulsa a salir más adelante”, confiesa la boxeadora.
Ser mamá, su mayor prioridad
Ingrit fue mamá a los 17 años, así que tuvo que dejar el boxeo por más de tres años. Nunca contó con el apoyo del papá de su hijo, así que su única opción era buscar trabajo.
“Ya no era una niña, me tocó asumir la responsabilidad de un hijo. Creí que hasta ahí había llegado el boxeo y, bueno, que había sido una simple etapa de la vida, así que busqué cómo sostener a mi hijo. Trabajé en una obra de construcción, cocinando para más de 200 trabajadores, vendiendo mesas en la calle, barriendo calles, hasta en una mina de carbón en Cali, un trabajo muy duro”, recuerda.
Aunque fueron difíciles esos primeros años, la suerte les cambió de un momento a otro. A sus 21 años recibió una invitación para asistir a una competencia en Ibagué, lugar donde conoció al entrenador que la ha llevado a sus mayores logros deportivos y a explotar su carrera como una de las próceres del boxeo femenino en el país.
Pero, en todos esos logros siempre estaba su hijo, a quien por ninguna razón dejaba de lado, porque siempre ha tratado que entienda que está ahí para él, a pesar de la cantidad de viajes que realiza al año. (Ver: Alcaldía de Ibagué le entregó una casa a la medallista olímpica Ingrit Valencia)
“Yo tuve un hijo cuando era muy joven, a mí nunca nadie me guió o me dijo qué estaba bien o mal, con él quiero ser diferente, que sea una persona responsable, que respete a los demás, de buenos valores, aunque crezca en un entorno humilde”, aclara.
Aunque con la disciplina que ha adquirido con tantos años de entrenamiento en un deporte tan exigente como el boxeo, se creería que es una mamá tal vez “regañona”, es todo lo contrario.
“Por todos los viajes que tengo, prefiero ser una mamá consentidora, aprovechar el tiempo llevándolo a lugares que le gusten, darle gustos en cosas que quiere”. No obstante, cuando debe ser “mano dura” no duda en serlo.
Él es su mayor fan. Por eso entrena boxeo, deseando dejar el nombre del país en alto como lo ha hecho y lo seguirá haciendo su mamá Ingrit Lorena Valencia.
El boxeo y el amor en el mismo ring
Cuando Ingrit Valencia creía que el boxeo ya era historia en su vida, conoció a Raúl Ortíz, uno de los entrenadores de La Liga de Boxeo del Tolima.
Eso fue en una competencia en 2010 en Ibagué, donde Valencia le ganó a una de las aprendices de este tolimense; desde ese momento la empezó a entrenar. Aunque siguió compitiendo por un par de años más con la delegación del Valle, por diferentes inconvenientes decidió que debía tomar otro rumbo.
“Fue un cambio bastante difícil, porque era otra ciudad, no conocía a nadie. Para poder entrenar me tocaba dejar al niño con personas desconocidas, no me podía concentrar, lloraba casi todo el tiempo, pero luego caí en cuenta sobre qué futuro podía darle a mi hijo si no había terminado de estudiar. Convertirme en la mejor en el boxeo sí me daba una oportunidad diferente”, sostiene esta caucana.
Ahí fue donde decidió convertirse en la mejor, logrando clasificar a la Selección Colombia de Boxeo. Aunque hay muchas competencias por enfrentar, su sueño, como el de todo deportista siempre fue ir a unos Olímpicos. Un camino en el que estuvo acompañada de Raúl Ortíz.
Juntos superaron con creces todos los retos que le daban la clasificación al mayor encuentro deportivo del mundo, obteniendo oro y plata en diferentes competencias como en los Juegos Bolivarianos, Sudamericanos, Centroamericanos y Panamericanos. Se convirtió en la niña “dorada” del boxeo, pretendida por las directivas en el país.
“De ahí para allá se disparó mi carrera como tal, empezaron a pagarme mejor. Pero, resulta que a Raúl lo sacaron, porque ya traen otras personas para pegarse de ese trabajo. No lo permití porque fue él quien inició con el boxeo femenino. Así que les dije que si mi entrenador no iba, yo tampoco, pero al estar clasificada me llamaron y él fue conmigo”, recuerda.
Ingrit sabía que sin él no podría concentrarse bien, estaría baja de ánimo y resultaría fatal, como aquel campeonato en Honduras donde tuvo que viajar sola y fue sacada del torneo porque perdió en primera ronda.
“Todos esos logros que he obtenido han sido por él. No solo es mi entrenador, es mi apoyo moral y eso me ayuda mucho”, afirma.
Ahora, juntos, solo se concentran en ganar las competencias que los puedan llevar a los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 y poder superar sus grandes logros de 2016. Por eso, detrás de esa mujer que aquellos vecinos, conductores y demás transeúntes del barrio Galarza ven pasar a diario, siempre está su esposo y entrenador Raúl Ortiz.
“Nunca he sido ambiciosa con la parte económica, pero sí en lo profesional, y por eso me gustaría obtener más que una medalla de bronce. Pero no es fácil, porque cuando uno está en el ring siente mucha presión, porque está pensando en todas esas personas que creen que porque se ganó una vez ya todo está asegurado y se olvidan de que una mala noche la tiene cualquiera. De un golpe se acaba una pelea”, manifiesta.
Sin importar los resultados, sabe que, gracias a su ‘berraquera’, muchas otras seguirán sus pasos en el boxeo y dejarán en alto el nombre de Colombia, porque la historia de los Juegos Olímpicos nunca olvidará el nombre Ingrit Lorena Valencia, hija adoptiva del Tolima, la primera mujer colombiana en boxear y en ganarse una medalla en la principal competencia deportiva del mundo.