Existe una amplia discusión en cuanto al movimiento feminista, que –en su esencia– se refiere al reconocimiento de que los hombres y las mujeres deben tener los mismos derechos y oportunidades. A propósito de ello, hace unos días La Silla Vacía publicó una entrevista a Florence Thomas en la que ella dejó claro, desde su militancia activa en este movimiento, que “ningún hombre puede ser feminista, pero sí solidario”. En esta ocasión no puedo estar de acuerdo con Thomas: yo me llamo feminista; me emociono por asuntos feministas y por la lucha por la igualdad.
En primer lugar, porque el feminismo nace como un movimiento que cuestiona las asignaciones sociales del género, y que se inicia en respuesta al machismo naturalizado dentro de los procesos de construcción histórica. Es decir, el movimiento nació como respuesta a las acciones de opresión, dominación y explotación dentro de las relaciones sociales, económicas, políticas y culturales entre las personas, y como miembros de la sociedad, velar por la creación de un nuevo rol de la mujer requiere necesariamente de la creación de un nuevo rol para el hombre.
Por otro lado, el feminismo es una posición ética y no existe una predisposición genética para ser machista o feminista, la anatomía no puede ser un aspecto definitorio de la concepción de igualdad entre las personas. El color de piel, la identidad cultural, el sexo, la identidad de género u orientación sexual no pueden ser motivos para limitar a algunas personas de las mismas oportunidades vitales que cualquier otra; y aunque los hombres y las mujeres tenemos los mismos derechos en el papel, en la práctica objetiva es claro que ser mujer reduce notablemente dichas oportunidades. Ser hombre no me impide reconocer este fenómeno.
El feminismo trata de visibilizar desigualdades y discriminaciones y luchar contra ellas, y si bien es cierto que ningún hombre ha visto el mundo a través de la vida de una mujer o de una persona trans, todos crecemos viendo una cantidad de imágenes en la televisión, en las películas e incluso en ambientes cercanos, que reproducen el machismo de manera natural. Nuestro nuevo rol (el de hombres y mujeres) implica tomarnos el tiempo para pensar en ello, de otro modo, todas estas imágenes se convertirán en la forma en que percibimos la realidad.
Dicho esto, la situación es clara: los hombres tenemos la posibilidad de cobrar más por el mismo trabajo que hace una mujer, tenemos la posibilidad de dar nuestra opinión aunque no tengamos algo muy interesante por decir, tenemos la posibilidad de conseguir el mejor trabajo sin ser la persona más capaz, tenemos oportunidades abusivas y son demasiadas. La tarea de los hombres es renunciar a estos abusos y no aprovecharnos de nuestros privilegios; este es el feminismo que nos compete, ser conscientes de las condiciones sociales y culturales actuales, admitirlas, renunciar a ellas y convencer a otros hombres de que hagan lo mismo. Si no hacemos eso, no estamos ayudando al movimiento, lo estamos revirtiendo.
Ser feminista no debiese ser visto como una tarea o una etiqueta, sino como un compromiso que nos lleva a trabajar para acabar con el sexismo. Masificar la convicción de que los hombres y las mujeres deben tener los mismos derechos y oportunidades, es toda una necesidad.