6.431.376 colombianos y colombianas dijeron No en el plebiscito que preguntaba por el apoyo al acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de la paz en mi país. El No ganó por una diferencia de 53.894 votos (habiéndose escrutado el 99.98% de mesas): 50.21% a favor del No, contra 49.78% a favor del Sí.
No estoy dentro de los votantes que dijeron No. Yo creí que el acuerdo logrado entre el Gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, aunque imperfecto, contenía los arreglos necesarios para que terminara el conflicto armado y soñáramos desde ya con la posibilidad de terminar esta guerra que nos ha carcomido por 52 años; una guerra que ha dejado a su paso una estela de 7’620.114 víctimas (según el Registro único de Víctimas), 6’414.700 personas desplazadas de su lugar de origen por la violencia, más de 218.000 víctimas fatales y 21.000 personas secuestradas.
Leí las 297 páginas del acuerdo. Viajé varias veces a Colombia para participar en redes eclesiales e interreligiosas a favor de la paz, también en algunas reuniones con personas del gobierno y actividades del Ministerio del Interior. Mi última visita fue en la semana en la que se firmó el acuerdo. Estuve el lunes 26 de septiembre en la Plaza de Bolívar, aplaudiendo y celebrando lo que había esperado por muchos años. Hablé con muchos de los contradictores del acuerdo para comprender la lógica de sus argumentos.
Mi respaldo al Sí nunca fue un respaldo partidista al presidente Juan Manuel Santos (no soy de su partido, ni voté por él), sino una apuesta esperanzada en que el acuerdo nos ayudaría a reconstruir el país y soñar con la reconciliación. Leí, estudié, escuché y debatí por más de un año. Traté de incidir para la victoria del Sí, pero los resultados de la votación me mostraron que eso no fue suficiente. Los motivos del No pudieron más que las esperanzas del Sí.
¿Cómo explicarles a mis amigos y amigas en el extranjero los resultados del plebiscito? Cómo explicarles que en Colombia escogimos responder N0 a la pregunta del plebiscito: ¨¿Apoya el acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable?¨.
Las razones son muchas y hay que escucharlas: los votantes del No estaban en desacuerdo, entre otros varios asuntos, con que las FARC tuvieran derecho a ocupar cargos públicos a través de elecciones populares, a contar con un presupuesto para crear un partido político, a que tuvieran un tratamiento especial y no pagaran sus condenas en cárcel (siempre dijeron que el acuerdo era una forma de impunidad) y a que los guerrilleros que regresaran a la vida civil recibieran cada mes un porcentaje del salario mínimo, además de subsidios para proyectos productivos. Estos, entre otros alegatos jurídicos, económicos y militares. Para los del No, los acuerdos con las FARC eran nada más que 297 páginas de sandeces, como se atrevió a calificarlo el senador uribista José Obdulio Gaviria.
Por su parte, muchas iglesias evangélicas (con cierta vergüenza lo digo) y jerarcas católicos, se dedicaron a crear entre su feligresía el temor de que el acuerdo contenía claras y peligrosas muestras de la “ideología de género” (cuando de lo que habla el acuerdo es de «equidad de género») y que por ella el país quedaría expuesto a la “dictadura de los homosexuales” (así lo expresó el llamado “concejal evangélico de la familia”, en Bogotá).
Alegaban que la tal ideología era un plan gestado desde la ONU para desestabilizar el modelo de familia que se establece en la santa Palabra de Dios. También decían mis colegas pastores evangélicos, que los movimientos LGBTI (lesbianas, gays, bisexuales, personas transgénero e intersexuales) habían participado en las mesas de negociación en La Habana, mientras que a los líderes de las iglesias no se les dio esa misma oportunidad.
Es decir, que el acuerdo había sido desigual a la hora de repartir las invitaciones a Cuba. Ah, y un argumento más: que con el acuerdo, estábamos corriendo el diabólico riesgo de que el castrochavismo se tomara el poder y “la próspera” Colombia se convertiría en “la paupérrima” Venezuela. ¿De dónde sacaron estas flacas argumentaciones? Aún espero la respuesta. La desinformación fue grande dentro de amplios sectores religiosos.
Para un gran sector del cristianismo evangélico, pudieron más estas ambigüedades retóricas que los valores cristianos de la reconciliación, el perdón y la paz. Hoy, muchos de ellos celebran alborozados el triunfo del No como si fuera un triunfo de la fe y de la sana doctrina. El expresidente Álvaro Uribe Vélez, principal promotor del No, acaba de agradecer en su discurso “a los pastores de buena moral” (yo no estoy en esa lista) por su exitosa participación en el plebiscito. Sí, les debe mucho.
En este momento, en medio de esta tristeza que me abruma, escucho las palabras de Rodrigo Londoño Echeverri (Timochenko), comandante en jefe de las FARC-EP quien acaba de expresar: “Las FARC-EP mantienen su voluntad de paz y reiteran su disposición de usar solamente la palabra como arma de construcción hacia el futuro. Al pueblo colombiano que sueña con la paz, que cuente con nosotros. La paz triunfará”. Estas palabras son una gota de aliento en medio de este desierto de frustraciones. Las FARC-EP mantendrán su voluntad de paz. Y esperan que la paz triunfe.
Entre tantos reveses debe renacer la esperanza. Si las FARC mantienen su compromiso con el cese del conflicto (como lo han dicho hoy) y el gobierno conserva su disposición al diálogo (como lo ha expresado el presidente Santos), le corresponde ahora a los promotores del No (en entre ellos la extrema derecha uribista) plantear los cambios al acuerdo y confirmar que sí tienen interés en la paz. Es el momento de que pasen del “así No” al “así Sí”. La prueba de la paz es ahora para los adversarios del acuerdo.
“Felices los que trabajan en favor de la paz, porque Dios los llamará hijos suyos”, (Mateo 5:7 BLP)