Hay trabajos que salvan vidas, otros que buscan unirlas, que las cuidan, que las hacen más entretenidas, y otros que, finalmente, se encargan del cuerpo cuando la vida se ausenta. Esa es la labor de José Eliud Méndez, un técnico forense que prepara los cadáveres del anfiteatro de la Universidad del Tolima.
El trabajo de Eliud es visto con espanto por quienes piensan en la muerte como ese fatal destino del que poco quieren saber; pero también es observado con fascinación para los que ven en un cadáver la mejor forma de aprender sobre el ser humano. Eliud, por ejemplo, lo ve como un trabajo más al que tuvo que acostumbrarse poco a poco hasta llegar a naturalizar la muerte.
“Cuando empecé me daban mucho miedo los muertos. De un momento a otro, el doctor Vanegas me dijo que si me quería venir a trabajar a la Universidad del Tolima, y yo le dije que sí. Él me dijo que hiciera un curso en medicina legal y aquí estoy”, cuenta Méndez.
No hay un estudiante de Medicina de esta universidad que no conozca a Eliud; desde la madrugada hasta el anochecer la rutina de Méndez era estar junto a los cadáveres del anfiteatro. “Yo lo inauguré, prácticamente”, afirma con decisión este hombre que ha trabajado durante 20 años con la muerte.
Eliud era quien se encargaba de traer los cadáveres desde Medicina Legal, extraer sus órganos, limpiar los cuerpos, preservarlos y diseccionarlos. Se escribe “era” porque desde hace cinco meses a Martínez le diagnosticaron cáncer de colon, enfermedad que, según sus afirmaciones, le impide seguir ejerciendo su labor. “Desde eso no puedo entrar al anfiteatro porque me hacen daño los químicos, el olor de los cadáveres y hasta entrar a las funerarias”.
Vale aclarar que, de acuerdo al médico Francisco Rozo, es poco probable que exista una correlación entre la inhalación del formaldehido (químico utilizado al momento de preparar a los muertos) y el cáncer de colon de un paciente. Sin embargo, “su prohibición puede deberse a una medida de prevención para evitar que los vapores inhalados del químico causen efectos adversos en las vías respiratorias”.
Lo cierto es que en ese tiempo Jose Eliud se convirtió en todo un experto en lo que concierne a la preparación de un cadáver.
Pasos para que un cadáver perdure
De acuerdo con Méndez, los cuerpos con los que cuenta el anfiteatro, y que son utilizados para prácticas médicas, se obtienen gracias a un convenio realizado entre la Universidad del Tolima y Medicina Legal.
“Para entregar un cuerpo a la Universidad, primero este debe estar por un periodo de 15 días en Medicina Legal a la espera de que lleguen los familiares. Si en ese tiempo no han llegado, el forense de la institución prepara el cuerpo, se cerciora de que cumpla las condiciones y lo refrigera hasta que la universidad vaya a recogerlo”, explica Méndez de forma detallada.
Teniendo ya el cuerpo, Eliud prepara los químicos que utiliza en la limpieza del cadáver y se pone el traje adecuado: peto, máscara, careta, guantes de cirugía, y sobre ellos unos guantes largos de veterinaria especiales para cubrir hasta el hombro de quien los usa.
“Son aproximadamente ocho líquidos los que se les echa al cadáver, entre esos va la sal, el alcohol y el formol, que ayudan a que los cuerpos puedan perdurar hasta 100 años”.
Luego de esto, se pone el cuerpo del difunto en una de las camillas metálicas y se bombea por la femoral, con la ayuda de una aguja de gran calibre y un “cacorro”, una solución de formaldehído con la intención de crear presión arterial.
“Esto es para que el cadáver pueda expulsar todos los líquidos que tenga. Así que se ejerce presión hasta que el cuerpo empiece a hincharse y a sacar por cada uno de sus orificios los líquidos que contienen los órganos internos. Algunas veces, por el tiempo, la comida que tiene el cadáver se pega y los intestinos se taponan, lo que causa que se estallen. Por eso uno debe estar muy bien equipado, para no ensuciarse”, dice.
Esta técnica ayuda a que existan cadáveres con más de 15 años de estar en el anfiteatro.
No cualquier cadáver puede ser llevado al anfiteatro
Debido a que los cuerpos tienen que ser limpiados profundamente para su preservación, estos no deben haber sido abaleados ni apuñalados “porque no se va a poder hacer la limpieza adecuada, por los orificios que tiene”, comenta Méndez
Por otro lado, los cadáveres no pueden estar “necropciados” por Medicina Legal, tampoco pueden haber sufrido de SIDA o consumido sustancias psicoactivas.
En estas condiciones, el anfiteatro tiene en total 18 cadáveres: cinco en la pileta (una pequeña piscina de formol en la que se ponen los cuerpos con piel que están listos para que el médico haga la disección y para que los estudiantes practiquen) y los restantes ya preparados.
Aparte de esto, existen pocos casos de personas que deciden desde la vida donar sus cuerpos al morir para fines académicos. “Acá hay un estudiante de Medicina que tiene un carné, dado por Medicina Legal, y que autoriza a donar su cuerpo, pero es el único que yo conozco que ha hecho eso. Apenas se muera traerán el cuerpo a la Universidad”, comenta Eliud.
La primera vez que Eliud arregló un cadáver
No siempre este trabajo es para los que tienen nervios de acero. Un ejemplo vivo de esto es Eliud, a quien antes le horrorizaba el ver hasta un ataúd. Su miedo nauseabundo fue el que hizo que estuviera varias noches sin dormir ni probar bocado hasta que se acostumbrara a ver de frente a la muerte.
“Cuando tuve que hacer la primera disección, me afecté mucho porque el cadáver era de un señor que se había caído de una montaña. La persona estaba tirada de un costado del cuerpo: en una parte le llegaba el sol y en la otra no. La parte del cuerpo a la que no le llegó el sol estaba llena de gusanos. Esa imagen hizo que no volviera a comer espaguetis por un buen tiempo”, relata Eliud, ya con tranquilidad, como si agradeciera que esas épocas ya hubieran pasado.
Ahora Méndez puede pasar toda una noche durmiendo junto a los cuerpos inertes del anfiteatro, desayunar y hasta, por qué no, hablarles. Esto no quiere decir que deje de temerle a las cosas que él podría llamar inexplicables.
“Un día me pidieron cortar a la mitad algunos cráneos, para eso yo utilizo una sierra similar a las que cortan carne. Normalmente paso los cráneos y cortan fácilmente, pero ese no. Ese era un cráneo grande, que al pasarlo por la sierra rebotaba. Lo intenté una, dos y tres veces, y el cráneo no se dejaba. Cómo sería la fuerza que tenía que el cráneo salía a toda, como si alguien lo empujara. Lo intenté la cuarta vez y no se dejó, entonces me llené de miedo y dije no, dejemos eso quieto. Me llené de nervios y no pude más”.
Más allá de eso, Méndez no ha escuchado ruidos ni sonidos extraños, como les ha pasado a muchos de los que hacen monitoria en el anfiteatro. Lo más cercano a una actividad paranormal ha sido el sentir que alguien, detrás de él, quiere cogerlo por la espalda, como para decirle algo. Pero eso solo son sensaciones.
Lo cierto es que después de tanto tiempo de ejercer esta labor, Eliud extraña estar nuevamente en el anfiteatro. “Me da nostalgia. Y yo que soy el único en la morgue. Quiero mucho a los estudiantes, a los profesores que se portaron bien, a todo el mundo. Yo estoy agradecido con la Universidad porque me abrió las puertas. Pero vea, la enfermedad me mandó a otra parte”.