Nelson Romero, uno de los más reconocidos poetas del país, nos habla de cómo ha influido el Tolima en sus creaciones literarias.
“No hace muchos años que inauguraron en Mirolindo el puente de la variante,
sin duda una de las obras de ingeniería de mayor progreso.
Gracias a esa trascendental construcción,
el desamor, el infortunio, la enfermedad, la pobreza,
y todos los males que durante años deprimen la ciudad,
Por fin empezaron a desaparecer”.
Puente de la variante, Nelson Romero
Los primeros poemas que escribió Nelson fueron sobre el amor y el paisaje. El verde de las montañas del municipio donde creció (Ataco, Tolima) y los motivos de un corazón roto lo inspiraban desde muy pequeño a formar sonetos de la manera en que lo hacían los poetas de corte tradicional que leía frecuentemente en la biblioteca del pueblo. Luego, su sensibilidad se fue agudizando y ya no era solo amor y montañas sino que empezó a ver a la poesía como una extensión de la filosofía, como una manera de preguntarse por la condición humana. Es por eso que se describe a sí mismo como un poeta de la totalidad.
“Yo escribo por una necesidad casi vital, tengo un recipiente interno que se está llenando permanentemente y hay que estarlo vaciando. La escritura, en mi caso, es algo muy natural”, confiesa Romero.
Esa necesidad por las letras es lo que ha logrado convertir a Nelson Romero en uno de los poetas tolimenses más importantes del país, ganador de reconocidas distinciones como el Premio Internacional Casa de las Américas en el 2015, por el libro Bajo el brillo de la luna, y el Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura con el poemario Música lenta.
Textos en los que se ven reflejados con gran frecuencia lugares y presencias de la tierra de donde es raizal: El Tolima. En especial en el poemario Animal de oscuros apetitos, publicado por la Universidad Externado de Colombia, donde resignifica lugares conocidos para los tolimenses como el puente de la Variante en Mirolindo, y el poema La última crónica del tren, en la que describe la antigua estación del tren de Gualanday. “De pronto sea una estación que sigue funcionando normal para ciertos viajeros, para un tren que nunca llegó o que nunca partió, o se quedó allí estacionado para siempre”, describe Romero en su poema.
“El Tolima ha tenido mucho que ver con mi creación y también muchos de los lugares, de las circunstancias de la región han propiciado algunos de mis escritos, en particular en Animal de oscuros apetitos, donde el Tolima se encuentra diluido en toda la obra”, explica y detalla pausadamente Romero sentado en su cubículo de oficina, asumiendo el rol de docente de la Universidad del Tolima y de poeta a la vez.
Un hombre de “oficios elementales”
Cuando se ve a Romero por primera vez, su aire de seriedad no anticipa la presencia de lo que generalmente se cree que es un poeta. Y esa imagen que él proyecta no es en vano, pues le teme a lo que él llama “modelos de malditismo”: “De ser alguien que va por la calle vendiendo un librito, pidiendo limosna. Yo le temo a eso porque hay que dignificar la labor”, aclara.
Es por eso que, en vez de vivir de la poesía, Nelson ha aprendido a alternar su faceta de escritor con la de trabajador en los lugares menos esperados: en un juzgado, por ejemplo, en un ambiente de denuncias y leyes; en inspecciones de policía como perito, como ecuestre y ahora como docente de planta de la Universidad. “Ahora soy profesor, pero si me quedo sin empleo puedo trabajar en cualquier cosa y mi escritura estará al lado siempre”, admite él, a pesar de haberse preparado para dedicarse completamente a ser escritor estudiando Filosofía y letras en la Universidad Santo Tomás y luego una maestría en Literatura en la Universidad Tecnológica de Pereira en convenio con la Universidad del Tolima.
También admite que no busca recibir ayudas económicas y políticas para poder escribir y que más bien necesita la ayuda de los dioses, de los duendes y demonios, para no dejar de llenar ese recipiente interno y seguir creando.