Usted, tolimense de pura cepa y amante de la comida típica de la región, ¿sería capaz de tatuarse un tamal?
Algunos dirán que no, sin pensarlo, que el amor por este envuelto no llega a tanto. Unos lo pensarán y otros se echarán a reír porque no creen que alguien sea capaz de hacerlo. Y vaya que sí.
Jeremy Kundtz tiene 24 años y como su apellido lo revela, no es de estas tierras, es estadounidense, nació en Cleveland, Ohio. Aún así, decidió tatuarse un tamal.
Jeremy llegó hace once meses a la capital del Tolima. Una beca Fulbright le dio la oportunidad de desempeñarse como docente de inglés en la Universidad de Ibagué.
Es licenciado en español y en Escritura Creativa de la Universidad Estatal de Ohio, y profesor de yoga. Quería perfeccionar su español y buscaba cualquier país que hablara este idioma. Colombia era el que más becas ofrecía así que se presentó.
“Empecé a leer y aprender cosas sobre el país. No creo en casualidades, algo me trajo aquí porque soy un tipo normal, no tengo una hoja de vida increíble y aun así gané la beca” contó.
Además de su licenciatura, ya tenía acercamientos con el español, pues a sus 20 años vivió en Barcelona, España. Aunque fueron pocos meses los que estuvo en el país ibérico, guarda grandes recuerdos en su memoria, como el “joder tío” que los españoles dicen la mayoría del tiempo.
Después de este viaje, más su licenciatura en español, había adquirido unas bases fuertes con las que creía podía defenderse sin problema a su llegada a Colombia, sin importar la ciudad en la que le tocara ejercer su beca.
“Uno elige el país, pero no la ciudad y me pusieron acá en Ibagué”, recordó. Aunque no niega que al principio le fue difícil adaptarse, puesto que le parecía “una ciudad pequeña y un poco aburrida”, a medida que la fue ‘callejeando’ fue descubriendo ciertos atractivos: la comida, la cultura, las personas y hasta el amor.
De pronto, se sintió en casa. A pesar de que extrañaba a su familia y sus amigos, reconoció que nunca se ha identificado mucho con su país, quizá por eso buscó aprender otro idioma, como lo hizo con el español.
“A veces me da un poco de pena lo que sucede en mi país, creo que por eso no me identifico mucho. Es una sociedad que muchas veces se siente superior y suele tener una cultura de odio. No me siento bien con eso”, explicó.
Y más cuando su crianza fue diferente a la de muchos estadounidenses. Su papá es médico y carpintero, trabaja en un centro hospitalario de un barrio popular y construyó con sus propias manos la casa donde creció Jeremy.
A su mamá, la define como una mujer hermosa que, a pesar de llevar una difícil infancia, es tan amable que tiene la capacidad de hacer amigos hasta en una fila para entrar a un restaurante.
Tal vez por esa crianza encontró en la capital del Tolima, “un vividero muy bueno. La gente es muy amable, se dicen entre ellos vecinos y eso me gusta mucho. Si uno no conoce la ciudad, puede parecer aburrida, pero cuando ya la camina y se da la oportunidad de adentrarse en ella, es bien chévere”.
No hay que dejar de lado que uno de sus grandes amores en la vida es el campo, la montaña, los páramos; y el Tolima con sus tres parques nacionales, cuatro páramos, sin mencionar sus 655 humedales, y su incalculable riqueza en fauna y flora, que lo enamoraron aún más de esta región.
Aunque, bueno, quizá no tanto como la ibaguereña, un par de años mayor que él, con la que se conoció solo unos meses después de haber arribado a la ciudad. De la mano de ella ha recorrido gran parte del país, conociendo los platos típicos colombianos, las fiestas más importantes y los paisajes más imponentes.
En sus once meses de residencia en Colombia ha estado en Medellín, Cali, Bogotá, el Nevado del Ruiz en Manizales, el Carnaval de Negros y Blancos de Pasto, el Carnaval de Barranquilla y próximamente en San Andrés y Providencia.
Así llegó el tatuaje del tamal
Jeremy reconoció que, aunque Bogotá, Medellín, Cali y hasta Barranquilla, tienen muchas más cosas que Ibagué, más ofertas culturales y le llevan ventaja en muchos otros aspectos, esta ciudad es la que lleva en el corazón.
Fue donde hizo nuevos amigos, donde se enamoró, donde perfeccionó su español. Si no fuera por ciertas pronunciaciones y un leve acento estadounidense, esas expresiones que repite recurrentemente como ‘mija’, ‘parche’ o ‘parce’ le sonarían tan colombiano como a cualquier otro.
Y precisamente, por todas estas enseñanzas y vivencias que le deja Ibagué, decidió llevarse la ciudad con él, no solo en su corazón, sino también con un tatuaje en su pierna. Aunque, siendo sinceros, el tamal no fue la primera opción para tatuarse. La idea original era una papa criolla con alas.
“Tengo un amigo de acá de Ibagué que colecciona stikers, tiene un montón, entre esos los de un man que se llama Cosmo, este personaje tiene un graffiti de una papa criolla con alas, entonces dije que me tatuaría eso”.
Sin embargo, su tatuador, un artista plástico que reside en Venadillo, le sugirió que mejor un tamal y sin pensarlo dos veces, Jeremy aceptó.
“Este tamal es un recuerdo de mis amigos, de Ibagué, de Colombia, es algo representativo y algo chistoso cuando las personas preguntan que por qué me lo hice, no lo pueden creer”, explica.
Aunque el tamal no es su comida preferida de todas las que ha probado en su paso por el Tolima – prefiere los ‘calditos’- siente que su tatuaje nunca pasará desapercibido y será una manera de recordar siempre a Colombia.
“Ibagué y el Tolima son sitios promedio, normales, pero eso es lo que la hace hermosa. Me han enseñado a apreciar lo cotidiano, porque si no haces eso, sí te puedes aburrir. Entonces toca saludar al vecino y hablar con el de la tienda. Disfrutar de esas cosas pequeñas enriquecen la vida”.
Jeremy partirá en unas pocas semanas, se radicará por un año en el Amazonas, siente nostalgia por todo lo que deja y ansiedad por la nueva experiencia que empezará. Pero, de lo que sí tiene certeza es que no olvidará este lugar, acá aprendió a vivir de una manera diferente y, por un momento, se sintió un tolimense más. El viaje terminó, pero el tamal se queda.