De nuevo Ibagué vuelve a ser noticia por estar entre las ciudades con las tasas de desempleo más altas del país. En el tercer trimestre de este año, la desocupación alcanzó el 15%, por debajo de Quibdó (17.9%) y Cúcuta (15.9%).
Han sido diversas las reacciones alrededor de esta noticia. Llama particularmente la atención la respuesta de los gremios, quienes se apresuran a señalar que esta situación reciente se debe fundamentalmente a las políticas de la administración del alcalde Guillermo Alfonso Jaramillo, las que a su juicio han consistido en perseguir y debilitar a los empresarios e imponer una excesiva carga tributaria a quienes son los generadores de empleo.
No estoy de acuerdo con esta caracterización de las causas del desempleo en la ciudad, aunque dicho sea de paso, tampoco he estado de acuerdo cuando, en el pasado, ante una disminución del desempleo la actual administración sacaba pecho diciendo que aquel resultado favorable era resultado de sus políticas.
Son dos las razones que me permiten disentir respecto a lo que buena parte del empresariado de la región caracteriza como el causante del incremento del desempleo.
La primera es que el desempleo aumentó en el promedio nacional: 16 de las 23 ciudades presentaron aumentos de la desocupación. El fenómeno en general, derivado de la debilidad económica por la que atraviesa el país y que, infortunadamente, golpea más a Ibagué. Ya se había mostrado en períodos anteriores que la ciudad, por su estructura económica, resulta más sensible a la pérdida de ritmo económico nacional.
Además, los sectores en los que se perdieron empleos son en general los mismos que mostraron declive en el nivel nacional, en especial el comercio, servicios y construcción. El fenómeno es nacional.
En segundo lugar, el asunto de la “excesiva” carga tributaria y la ausencia de exenciones para dinamizar el empleo como factor explicativo del incremento del desempleo también resulta discutible. Se sigue insistiendo – sin ningún sustento contundente- en que la rebaja de impuestos a las empresas determina el nivel de empleo que ellas demandan.
Los pocos trabajos que hay muestran que la elasticidad impuestos/salarios es muy baja, entre otras cosas, porque el impacto de estas gabelas sobre la inversión privada y el crecimiento económico es muy débil, como nos lo recuerda Armando Montenegro en su última columna. Por el contrario, las excesivas exenciones tributarias sí pueden tener un impacto de mediano y largo plazo sobre el empleo, por la vía de los problemas de productividad y competitividad generados por la falta de recursos públicos para invertir en educación, salud e infraestructura.
¿Por qué en lugar de sacar pecho con los resultados favorables y callar ante los desfavorables, la alcaldía no construye, junto a otros actores, una política industrial para la ciudad? ¿Por qué los empresarios, en lugar de reducir el asunto de la competitividad a un problema de beneficios tributarios cuyo efecto es altamente cuestionable pero que sí les sirve para ocultar su ineficiencia, no se comprometen con un gran programa de mejoramiento de salarios y trabajo decente, que rompa el círculo vicioso de malos salarios-baja demanda-bajos ingresos empresariales?