En agosto de 1888, en el periódico Tolima, apareció una nota que llamó mi atención. “Pasaron el San Juan y el San Pedro que son las fiestas clásicas del pueblo tolimense y gracias a Dios no tenemos que lamentar ninguna desgracia ocurrida en los días de parranda. Mucho humor, bastantes bailes y quién sabe qué otras diversiones más, de esas que no pasan a la vista de extraños, y todo aquello que constituye verdadera bacanal á que han venido a reducirse nuestras fiestas populares”.
Han pasado 128 años desde la publicación y la nota mantiene cierta vigencia. La cultura, clave de nuestra identidad y desperdiciado polo de desarrollo de la región, ha sido desde siempre un plato de segunda mesa tanto en los planes de desarrollo como en la inversión estatal. Los esfuerzos se limitan a eventos aislados (más de origen privado) que nacen y mueren ante el desprecio y la falta de visión de las administraciones regionales.
Como afirmaba el investigador Germán Rey, “la cultura no es lo valiosamente accesorio, el cadáver que se agrega a los temas duros del desarrollo como el ingreso per cápita, el empleo o los índices de productividad y competitividad, sino una dimensión que cuenta en el desarrollo económico, en el tejido social, la movilización ciudadana, en el futuro de la región”. Y es que, mientras las industrias culturales representan hoy, según Naciones Unidas, el 10% del Producto Interno Bruto y el 10% de la fuerza laboral en el mundo, en Colombia la cifra no alcanza el 2% y en la región no alcanza al dígito.
La construcción de un modelo de ciudad alrededor de la cultura parece una utopía por estas tierras. Las administraciones no entienden lo que representa la cultura en términos económicos y no les importa lo que representa en términos humanos. Seguimos viendo en el turismo cultural una opción, como bien lo plasmó la visión 2025, pero poco o nada se hace para generar una política pública cultural que genere procesos exitosos en todos los sectores sociales. Aquí, el cemento sigue siendo más importante.
Necesitamos más que nunca un norte. Un punto de llegada y una movilización social y estatal en torno a la cultura para que deje de ser ese cadáver exquisito. Es hora de asumir una postura diferente. Es cierto que los nombramientos tanto en la cartera regional como en Ibagué, entregan un hálito de tranquilidad, pero de nada sirven las buenas intenciones y la calidad de sus directores y secretarios, si no hay un presupuesto importante y una hoja de ruta clara. Comienza la construcción de los Planes de desarrollo departamental y municipales y si la cultura no es eje transversal, estaremos condenados a ser un punto perdido del mapa de este mundo globalizado y atroz.