Muchísimos fueron los votos que Iván Duque sacó por autoproclamarse como el Presidente “de los textileros y los confeccionistas” y por prometerles que “a esas importaciones de textiles de los países donde pagan una miseria de sueldos, que son sueldos de esclavitud, les vamos a aplicar el máximo arancel posible, para que no les quiten los puestos de trabajo a las operarias de las confecciones en Colombia” (http://bit.ly/2FAfJRc1). Y lo de los sueldos bajísimos no eran exageraciones electorales. Por ejemplo, el salario mínimo textil de China comparable (PPA) es 2,49 veces menos que el colombiano y el de Bangladesh, 3,42 veces menor.
Pero a ocho meses de posesionado, y después de numerosas reuniones con el ministro de Comercio conocidas por Iván Duque, confeccionistas y textileros, empresarios y trabajadores, concluyeron que el Presidente les había puesto conejo. Imitando a sus antecesores: “Prometer para conseguir y una vez conseguido olvidar lo prometido”. Poco le importó a Duque que hubiera empeñado su palabra y que, de acuerdo con la Cámara Colombiana de las Confecciones y Afines (CCCyA), organización que representa a los productores de prendas, telas, hilos, estampados y accesorios, en los últimos años las confecciones extranjeras hayan destruido más de seiscientos mil empleos. Cuánta pobreza y miseria hay detrás de una tragedia que los importadores y sus propagandistas más conspicuos pretenden despachar con toda frialdad, como si no significara nada.
La historia de este conejazo –de los mayores que se recuerden– se empeora porque Duque pudo cumplir sus promesas de campaña -*con toda facilidad, dado que esas importaciones asiáticas y africanas ni siquiera obedecen a las cláusulas leoninas de los TLC –pues con esos países Colombia no tiene ninguno–, sino que son una concesión gratuita de los gobiernos de Santos y Duque, al literalmente regalarles el mercado interno a quienes ni siquiera compran manufacturas nacionales. En esto también, los gobernantes colombianos actúan de la peor manera, según lo prueban las cifras: los aranceles de Colombia a esa ropa son de apenas el 15 por ciento, aunque la OMC la autoriza para imponerles hasta el 40, mientras que Brasil, por ejemplo, protege a sus confeccionistas con el 35 por ciento.
Para empeorar las cosas, esta política contra la producción y el trabajo nacionales también favorece a los grandes contrabandistas, contrabando facilitado por un TLC entre Colombia y Panamá que, además de servirle a esta y a otras actividades ilícitas, no tiene explicación, porque ese país no produce manufacturas pero sí sirve de puente para que a las confecciones extranjeras se les facilite llegar a hacerles daños a los colombianos, incluida la industria del calzado. Todo indica que Duque, como Santos, tampoco pondrá en cintura a esa guarida fiscal –que no paraíso– en que un puñado ha convertido a Panamá.
Quienes defienden que Colombia se inunde de prendas extranjeras, que en grandes proporciones venden las grandes superficies, andan con la falacia de que lo que los mueve no son sus ganancias sino su gran amor a los colombianos que así pueden –dicen– comprar más barato. Paja. Cuento manido de treinta años utilizado para justificar el daño que le hacen al país. Porque la verdad es que sí importan a costos menores para desplazar o arruinar a la industria nacional y destruir empleo, pero esos precios más bajos no se le trasladan a la gente, a la que esquilman sin consideraciones. Y se sabe además que los desempleados y los pobres y paupérrimos no tienen con qué comprar, ni siquiera lo de menor precio, porque para poder consumir, primero, hay que percibir ingresos. Otro caso en el que lo supuestamente barato sale caro.
Ante semejante engaño de Duque a sus electores, los empresarios y los trabajadores de las confecciones, respaldados por la centrales obreras, CUT, CGT y CTC, y una mayoría de congresistas de distintos sectores políticos, en una coincidencia ejemplar, logramos que en el Plan de Desarrollo, en su primera votación, se protegiera a este sector contra importadores y contrabandistas con un arancel del 37,5 por ciento. Pero como es notorio que a Duque y a Carrasquilla no les gusta la idea, hay que elevar la vigilancia para asegurar que en la votación definitiva no se favorezca a las trasnacionales.
Coletilla: el gobierno tiene decidido montar, con grandes costos oficiales y subsidios a poderosos particulares, otra regasificadora, decisión que implica traer de Estados Unidos el gas que puede producirse en Colombia, y eso que el de allá sale bastante más costoso que el de aquí. Si los gobiernos de este país hicieran por la producción nacional siquiera el cinco por ciento de lo que hacen por la foránea, seríamos una potencia industrial y agropecuaria.