Dice un viejo proverbio chino que «el leve aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo», es una forma de decir que cualquier acción por mínima que sea va repercutir enormemente en la vida de otro. Ahora, si ese aleteo lo cambiamos por un huracán las consecuencias pueden ser nefastas.
Y eso es lo que precisamente fue para Maria Esther Celis el cierre del único Parque Deportivo de Ibagué: una catástrofe que acabó con su única fuente de empleo y de la que no se ha podido recuperar.
Durante 25 años Esther llegaba puntualmente a las seis de la mañana a una pequeña caseta ubicada cerca de la pista de patinaje del Parque Deportivo, vendía comestibles, jugos y empanadas de lunes a domingo hasta las 8:00 de la noche. Siempre iba en compañía de su nieto, quien ahora tiene 13 años.
“Yo era feliz, no ganaba mucho pero sí lo suficiente. Nunca pensé que las cosas iban a cambiar de esa forma tan terrible”, cuenta ella. Esther fue obligada a desalojar su tienda, con la promesa de que ocho meses después todo volvería a la normalidad, pero como muchos, se quedó esperando año tras año a que eso se cumpliera.
El día que empezó “el huracán”
Esther recuerda ese abril de 2015 cuando el entonces gerente del Imdri, Carlos Heberto Ángel, (hoy condenado a 12 años de cárcel por actos de corrupción en los contratos de los Juegos Nacionales) ordenó la salida de todo el personal que hacia parte del Parque Deportivo.
Como Esther se encontraban 10 mujeres más, gran parte de ellas madres cabeza de hogar, que trabajaban desde hace décadas en el Parque y cuyo cierre repercutió enormemente en su estabilidad económica. “Yo me quedé y di la pelea hasta el último momento. Hasta que vino uno de esos españoles y me dijo que si no me quería ir entonces me sacaban”, recuerda ella.
Esther, que tiene a cargo a su nieto desde los tres años, buscó desesperadamente otra fuente de ingresos, hasta se ofreció para hacer el almuerzo de los trabajadores de las obras del Parque Deportivo, pero la constructora le contestó que ellos ya tenían todo el personal. Sin embargo, siguió insistiendo hasta que el secretario del alcalde la ayudó con un puesto recibiendo y entregando material. Trabajó tres meses que nunca le fueron remunerados.
Luego de esto, trabajó lavando ropa, pero un problema de salud le impidió seguir laborando. Ha hecho rifas y buscado trabajo en restaurantes, pero por su edad las puertas le han sido cerradas. “No importa si lo que gano es poco, lo único que busco es un trabajo”, dice ella.
«Se me está cayendo mi casita»
Hoy María Esther tiene 74 años y una desviación en la columna que hace que sus alternativas de trabajo sean casi nulas. “Desde que salí del Parque Deportivo ando deambulando como loca sin saber qué hacer, nadie me recibe por la edad”.
Su casa está a punto de caerse. Las constantes lluvias hicieron que varias de las tejas y vigas empezaran a dañarse. Por si fuera poco, la alberca de su casa se desfondó y generó graves problemas de humedad a la casa vecina que le provocó una demanda.
“El perito me informó que de no arreglar se verían obligados a sellar mi casa. Y entonces yo ¿a dónde me voy a ir? ¿A dónde voy a llevar el niño?”.
Si usted está interesado en ayudar a María Esther, puede comunicarse con ella a través del 3134574678.