Silencioso. Prefiere pasar inadvertido y admite que los micrófonos le infunden miedo y que expresarse en público no es su mejor habilidad. Aun así, Alexander Ospina, propietario de Drogas Copifam, atendió una entrevista de casi hora y media con EL OLFATOen la que reveló detalles desconocidos de la historia de la cadena de droguerías más importante del Tolima.
La conversación inició, pero a los 30 segundos se interrumpió. “Discúlpeme”, dijo mientras tomaba uno de los teléfonos que estaban sobre su escritorio. Acto seguido pidió a su asistente: “Por favor, no me pase ninguna llamada”. Y sí tenía razones para hacerlo. Desde su oficina en Ibagué monitorea y atiende cada detalle de sus 130 droguerías en Ibagué, Huila, Caldas, Cundinamarca, Meta y Boyacá.
Dejó el teléfono inalámbrico gris y dijo: “Ahora sí, empecemos”. Sus frases iniciales fueron cortas. Sin embargo, todo cambió cuando le pedí que me contara de dónde había salido el hoy reconocido empresario del Tolima. Desde ese momento fluyó una conversación en la que narró muchos detalles del humilde niño huérfano, el hijo mayor de una modesta familia campesina de la vereda Cocora (zona rural de Cajamarca) que empezó en una farmacia haciendo mandados en una pesada bicicleta de carga.
El niño huérfano que hacía domicilios en bicicleta
Sí. El reconocido empresario Alexander Ospina, propietario de Drogas Copifam, empezó a los 12 años de edad haciendo domicilios en una droguería ubicada en la esquina de la carrera Segunda con calle 14, en pleno centro de Ibagué.
A esa droguería llegó una vez terminó el quinto grado de primaria en la escuela del barrio Ricaurte, un populoso barrio ubicado en el sur de la capital del Tolima. “Terminada la primaria, como soy de una familia muy humilde, mi madre me dice que debo trabajar para poder continuar estudiando de noche. Allá hacía domicilios en una bicicleta de esas panaderas, esas que tenían parrilla adelante y otra atrás”, recuerda con una disimulada sonrisa.
Ospina es el mayor de cinco hermanos. Su padre murió cuando él apenas tenía cinco años de edad y se convirtió en el apoyo económico de su mamá. “La verdad no era mucho el manejo del domicilio. Era más hacer mandados a la casa de los patrones. Esa tarea la hice durante cuatro años”, afirma mientras manipula un lapicero que le permite controlar el estrés por la entrevista.
Cuando ya bordeaba los 16 años le ofrecen un nuevo empleo. Esta vez en la droguería que está justo frente a la farmacia donde inició. “Era una de las droguerías Pedro Vila. Allá empacaba medicamentos, lavaba frasquitos y atendía bodega”. Trabajaba en el día y en las noches hacía su bachillerato en el Instituto Ibagué.
De ahí, pasó a la droguería del señor Ómar Cardona, ubicada en la carrera Tercera entre calles 14 y 15, donde se convirtió en vendedor. Ese fue el lugar donde sus sueños comenzaron a llevarlo por el camino de la independencia laboral que, 30 años más tarde, lo tienen al frente de Drogas Copifam.
Dormía en la camilla de mi primera droguería
Alexander Ospina recuerda que un proveedor de medicamentos le aconsejó que renunciara y que montara su propia droguería. Además, le prometió que le daría crédito para su primer pedido. Ospina, creyó y siguió el consejo. Él tenía ya 25 años y estaba soltero. Corría el año 1.983.
Recuerda que un día venía de Cali, de ver un partido del Deportes Tolima, y el bus en el que se transportaban los aficionados se detuvo en Cajamarca. Allí, observó gran movimiento de personas y le gustó un local que estaba en la plaza de la población.
En ese momento tomó la decisión de ir a renunciar a la droguería en Ibagué y alquilar el local en Cajamarca. Su liquidación, en ese momento, fue de 80 mil pesos y con unos pocos ahorros tomó su maleta, su ropa y tomó un campero rumbo a su aventura como droguista independiente.
El arriendo de su primer local le costó 2.000 pesos. Llegó y compró los avisos, toallas higiénicas, papel higiénico y unos pocos productos más. Ospina buscó al hombre que le aconsejó que se independizara y que le fiaría el primer surtido de medicamentos y éste finalmente no pudo otorgarle el crédito.
“Pero empieza el problema porque la persona que me garantizó que me iba a surtir no pudo hacerlo, él era un empleado más. Me pedían experiencia, fiadores, mínimo un año en el negocio y yo acababa de empezar”, recuerda.
Así que se las ingenió para llevarles medicamentos a los cajamarcunos. En el día abría la droguería, tomaba los pedidos, las fórmulas y con el dinero de los clientes viajaba a Ibagué en la noche para comprarles sus recetas. Al día siguiente, muy temprano, buscaba un campero “y me iba ahí atrás colgado”.
Y así pasó 6 meses. Angustiado y presionado por la dura realidad de ser independiente. Pero todo cambió cuando un vendedor de medicamentos de una empresa de Pereira, que surtía las droguerías de Cajamarca, decidió darle crédito sin conocerlo y pudo, por fin, hacer el primer pedido que le costó 150 mil pesos.
No duda al afirmar que ese señor llamado Arturo Rico fue “un enviado de Dios”. Él era un vendedor de Ibagué. Conocía su historia y firmó por él la factura de su primera compra. En ese entonces, la droguería se llamó Promodrogas.
Ospina dice que su forma de atender a los clientes hizo que rápidamente se convirtiera en el líder de los droguistas de Cajamarca.
“Allá en Cajamarca, los que tenían droguerías atendían sentados, si no llevaban plata suelta no les vendían, si compraban un solo producto de la fórmula no les vendían tampoco, cobraban por la aplicación de la inyección. Yo llegué con otra mentalidad, por no cobrar por la aplicación de la inyección. Abría a las 6 de la mañana y cerraba a las 10 de la noche. Allá todos abrían a las 9 de la mañana y cerraban a las 6 de la tarde”, cuenta.
Y su horario extendido se debía a que él, por ahorrarse unos pesos, vivía en la misma farmacia. “Dormía en el mismo local, en la camilla donde aplicaba las inyecciones ahí me tocaba que dormir para ahorrarme la vivienda; estaba solo estaba soltero. Dormía ahí, atendía de noche y la abría temprano, si a la 1 o 2 de la mañana llegaba alguien por algo abría la puerta y les vendía, así fuera un Alka – Seltzer”.
Llega el éxito y nace Drogas Copifam
“En el año 1.990 nuestra empresa crece. Tengo dos droguerías en Cajamarca. Mi esposa es abogada, la conocí siendo estudiante de derecho; luego ella es personera y decidimos venirnos para Ibagué. Éramos líderes allá y yo ya empezaba a visionar y querer crecer”, sostiene. Compró tres droguerías en la capital del Tolima: en las plazas de la 21 y la 28, y en la Cruz Roja.
Alquiló un apartamento en la urbanización Las Palmeras. Quiso incursionar en el transporte de pasajeros y compró busetas a crédito, porque «en esa época se pagaban solas”.
Estuvo cerca de cuatro años alternando entre el negocio del transporte público urbano y las droguerías hasta que decidió que eso no era lo suyo. Vendió las busetas, reunió un buen dinero, y siguió expandiendo su cadena de droguerías.
“En el año 1992 vi que eso no era lo mío. Tomo la decisión y las vendo. Con ese dinero compro la droguería de la calle 14 con Segunda. Donde empecé, la compré. Eso me hizo sentir muy bien”, dice.
En ese momento comenzó a venderles medicamentos exclusivamente a los afiliados de Caprecom, Cajanal, Policía Nacional y el Magisterio. Por este nuevo modelo de servicio debió instalar sencillos dispensarios en varias poblaciones del Tolima. Y en 1.995 esos puntos de distribución de medicamentos se convirtieron en droguerías.
“Atendíamos, en el año 2.000, unos 200 mil afiliados que nos visitaban mensualmente en los puntos. Ya no sólo les entregábamos los medicamentos que necesitaban, sino todo tipo de productos”, relata.
Ese fue el momento de crecimiento de Drogas Copifam, la cadena de farmacias que emplea a 500 personas en seis regiones del país. Ese también fue el momento en el que el niño que hacía mandados en una bicicleta se convirtió en propietario de 130 droguerías, entre ellas, la farmacia en la que inició pedaleando en 1.970.