Cada vez que me preparo para salir en mi carro, siento que estoy alistándome para una nueva batalla de subsistencia en la que debo afinar todos mis sentidos. Hoy conducir en Colombia se convirtió en una guerra campal en la que no valen señales de tránsito, y donde se percibe el estrés desmedido por parte de los conductores y en la que los vehículos se convirtieron en tanques de guerra que buscan destruir de manera explícita y simbólica todo a su paso.
La bocina es de las armas más letales para conducir. Si bien la norma dice que los conductores solo deben utilizar el pito para evitar situaciones peligrosas -no para llamar la atención de forma innecesaria-, y que no deben causar molestias o inconvenientes a otras personas con su ruido, en Colombia se hace todo lo contrario.
Hoy es común recibir una ráfaga de sonidos con un cambio de luz en el semáforo, un trancón o simplemente por dejar pasar a otro vehículo o a un peatón. El pito que solo debe usarse para evitar situaciones peligrosas como un accidente de tránsito, o para advertir maniobras que en plena pista pongan en peligro a sí mismo o a terceros, hoy es más un instrumento generador de contaminación acústica, estrés y problemas de tráfico.
Por otro lado, las direccionales de los vehículos se transformaron en señales que parecieran ser flechas hacia donde deben ir dirigidos los arcos, percibiéndose una extraña sensación imanada entre los vehículos, que en ocasiones en las que es más efectivo sacar la mano por la ventana para reemplazar dicha señal, simplemente se juega a la obstrucción del paso del otro.
Las direccionales son un medio clave de comunicación para evitar accidentes, que hoy por desconocimiento, olvido, exceso de confianza o afán, muchos conductores no usan correctamente. Estas “lucecitas” se transformaron de señal de precaución y comunicación vehicular, a un adorno poco apetecido por quienes conducen.
Qué decir de las cebras, líneas en el asfalto que se convierten en el punto de partida que se perciben en las carreras de Fórmula 1. En oportunidades he visto como éstas son el motivo perfecto para competir con el conductor del vehículo continuo por “arrancar” más rápido y en el que la meta es el semáforo 100 metros adelante.
El peatón frente a esta señal es el más afectado, puesto que los vehículos gracias a su afán se transforman en carrozas de la edad romana que en cualquier momento podrían arrollarlos sin ningún tipo de contemplación.
Las ciudades se han convertido en orquestas endemoniadas que atormentan los sentidos, y en las que conducir se transformó en causar molestia al otro, en generar escenarios de intolerancia desmedida, en una lucha constante entre el más fuerte, en un cruce continuo de malas palabras y en la excusa perfecta para sacar lo peor de la esencia de quien está al frente de un volante.
Pero no todo está perdido. Es grato encontrarse con actos simbólicos de peatones que les ganan la batalla a las carrozas en la arena del asfalto (https://www.youtube.com/watch?v=ys_Q6_HRFVw), vehículos que son sometidos al castigo público por parquearse donde no es permitido (https://www.youtube.com/watch?v=ETi-4IVRasY), o ciudadanía empoderada contra conductores irresponsables (https://www.youtube.com/watch?v=JlgPvVesXwo). La guerra que debemos emprender ahora es la de transformar la cultura de los conductores y la de nosotros mismos.