Era un frío miércoles en Bogotá. A eso de las 6 de la tarde sonó el teléfono. Era una persona cercana que afirmaba haber escuchado una noticia sobre un accidente que habría sufrido mi papá hacía pocos minutos, señalando que fue trasladado de urgencia a la Clínica Palermo. Con mi tía Luz Dary salimos hacia dicha clínica, sin entender qué sucedía y tratando de minimizar la situación con mensajes positivos y mutuas palabras de aliento.
Al llegar, el panorama no podía ser más desolador: vehículos de policía, el CTI de la Fiscalía y diversos medios de comunicación apostados en la entrada de la clínica a la espera de la confirmación de alguna noticia. Y la noticia se confirmó: mi padre, de 53 años para ese entonces, había sido asesinado en la Universidad Nacional de Colombia.
Desde ese 15 de septiembre de 1999 han transcurrido ya 17 largos años, en donde además del grato y afectuoso recuerdo de sus amigos y la comunidad académica, he sentido el verdadero significado de la impunidad, pues a pesar de que se prometió por parte de las autoridades una “exhaustiva investigación”, a la fecha no hay ningún resultado concreto de dicho ejercicio investigativo, aunque diversas hipótesis y versiones sugieren que las FARC habrían ordenado la muerte de mi padre.
Han sido 17 años de silencio, de ausencia, de recuerdos, de rabia, de tristeza, de frustración, sentimientos que resultan comunes a quienes hemos tenido el infortunio de vivir los efectos de la confrontación con las Farc. No ha sido nada fácil adoptar una actitud resiliente en vez de abrazar la violencia o la retaliación como formas de vindicación.
Después de tantos años sin respuestas, el perdón consciente ha sido la única opción sensata para poder avanzar y superar este episodio, asumiendo una postura de reconciliación que, entre otras cosas, honre la memoria e independencia de pensamiento de Jesús Antonio Bejarano.
En un discurso pronunciado en Ibagué en 1991, mi papá afirmaba: “Colombia ha empezado a transitar el camino de las transformaciones políticas y de los cambios institucionales, y ello ha hecho de la lucha armada un franco anacronismo como proyecto político. Quienes persisten en la violencia han sido notificados ya por la Nación entera que la vía insurreccional no tiene futuro. Es forzoso admitir que este país como está no le sirve a nadie, y por eso el cambio no lo detiene nadie”.
Estas palabras describen con sorprendente claridad la coyuntura actual, en donde el país tiene la oportunidad histórica de empezar a construir un futuro distinto.
El profesor ‘Chucho‘ Bejarano, como muchos lo conocían, creyó firmemente en el diálogo y la negociación como medios para construir consensos y lograr acuerdos que hicieran posible una solución negociada al conflicto armado.
Creo que dadas las circunstancias y la naturaleza del acuerdo alcanzado, mi papá estaría del lado de quienes creemos en que después de tantas vueltas a la paz finalmente le llegó su hora. El próximo 26 de septiembre, con la firma del Acuerdo Final entre el Gobierno y las Farc, Colombia abrirá un nuevo capítulo en su historia y muchos colombianos empezaremos a cerrar nuestra propia historia de dolor.