La intemperancia verbal es uno de los defectos del actual alcalde de Ibagué, Guillermo Alfonso Jaramillo Martínez. Como seres humanos, tenemos nuestras virtudes, pero también somos esclavos de nuestros defectos. ¿Quién no las tiene o los tiene? Muchas o pocas virtudes, pero también muchos o pocos defectos. Pero los dos nos absorben y nos hacen brillar u opacar.
La capacidad intelectual y madurez mental está en saber dimensionar cuándo y bajo qué circunstancias permitimos – consciente o inconscientemente – que nuestros defectos estén por encima de las virtudes, o dejamos que éstos – los defectos – nos marquen y estigmaticen bajo una impronta negativa.
El tema se torna necesario, porque en solo cuatro meses nuestro municipio, estrenando alcalde y novísima administración, refleja la percepción de que logramos un cambio, pero el cambio nos quiere sumergir bajo estigmas y pradigmas que reflejan lo mismo, lo que combatimos, o quisimos cambiar.
Personalmente no lo creo, ni lo quiero creer. Aunque controvierto algunas de las actuaciones presentes del actual alcalde, estoy convencido de que su gobierno marca un importante hito dentro del uso y utilización del poder político y administrativo de la ciudad.
Pero esta apreciación o convicción no puede volvernos eunucos intelectuales a la hora de ejercer el análisis o la crítica. A Guillermo Alfonso lo veo solo. Lo siento desconfiado, egocéntrico y huérfano de coequiperos que entiendan e interpreten lo que él quiere hacer por nuestra ciudad. Es lógico que, con tan tamaño desastre recibido, sea cauto, prevenido y no desee ni quiera dar pasos en falso.
Pero si la experiencia y perfecto conocimiento de lo público son sus mayores virtudes, no debe permitirse que éstas se vean eclipsadas por las lunas que ha heredado y que tienden ocultar el verdadero propósito de su administración.
Siento que el mayor mal que lo aqueja es su desmedida y desbordada locuacidad. Algunas veces impensada y en nada sopesada. Y los medios aprovechan esta debilidad para pasarle cuenta de cobro por sus acertadas restricciones en inversión publicitaria y manejo de imagen institucional.
No sé si tiene oficina de prensa y comunicaciones. Y algún amigo o conocido –de él– es su director. Porque la labor de esta dependencia en estos cuatro meses no se siente. No produce resultados, lo opaca en lugar de hacer visible su labor.
Lo mínimo – de existir – sería haberle aconsejado: ¡Alcalde, por qué no te callas! Hagamos rueda de prensa semanal y deje que nuestra oficina maneje la información. Pero como no la tiene, él asume esta función, que en nada lo favorece.