“Hoy grito al mundo sí a la paz. Demos el primer paso para reescribir un país diferente” escribió Luz Helena Betancourt en redes sociales, una manizalita que perdió a su hermano Germán en esta guerra sin tregua hace 24 años.
Definitivamente el 23 de junio de 2016 quedará registrado en los libros de historia como un día memorable. El fin del conflicto está mucho más cerca y es más tangible.
A nuestras próximas generaciones tendremos que enseñarles los días de guerra que vivieron sus padres, sus abuelos, sus tatarabuelos. Porque afortunadamente la guerra será cosa del pasado.
Muy seguramente tenemos colombianos que se siguen resistiendo a creer en el actual proceso de paz, muy a pesar de que sus dudas infundadas cada vez se ratifican como mitos que se desvirtúan con el cumplimiento de lo pactado en La Habana.
Se empezaba a volver caballito de batalla el poner en duda la dejación de armas por parte de las FARC. Sin embargo, con el acuerdo logrado dicha duda queda modificada. Será Naciones Unidas (ONU) quien recibirá la totalidad del armamento que les entregue las FARC para destruirlo y destinarlo a la construcción de monumentos.
Quienes querían hacer dudar a los colombianos sobre la dejación real, material y total de las armas por parte de las FARC, estaban muy equivocados.
Adicionalmente, con el fin de generar mayores garantías y mostrar que el compromiso de dejar las armas es real, las partes acordaron un cronograma en el que quedó establecido que en 6 meses se cumplirá completamente el desarme.
Poder dimensionar este Acuerdo debe permitirnos soñar y esperanzarnos con un país en paz, en el que definitivamente matarnos no sea una opción. Es cerrar de manera definitiva la fábrica de víctimas que tenemos desde hace varias décadas.
Ahora bien, parece haber pasado desapercibido un detalle fundamental. Las FARC han reconocido la institucionalidad establecida en nuestro país en los acuerdos que se vienen logrando. Esa es una garantía real de querer transformarse en un movimiento político, que defienda sus ideales en igualdad de condiciones con el resto de movimientos políticos participantes en esta democracia.
Parecía que la Mesa tardaría un buen tiempo en poder definir el mecanismo de refrendación que nos permitiera a los colombianos manifestarnos acerca de nuestra aprobación o desaprobación al Acuerdo Final.
Actualmente la Corte Constitucional, órgano garante de nuestra Constitución, revisa la ley de plebiscito por la paz que fue tramitado en el Congreso de la República, como mecanismo para consultar a la ciudadanía acerca de los acuerdos logrados en La Habana. El Gobierno y las FARC acordaron acoger el mecanismo de refrendación que apruebe la Corte Constitucional en su revisión de la mencionada ley. Dicho acuerdo es un paso esencial no sólo en los tiempos de la negociación, sino un reconocimiento fundamental de un grupo armado al margen de la ley en proceso de tránsito a movimiento político legal, de la existencia de una Carta constitucional que ellos también están dispuestos a acatar.
Estos tres años y medio de negociaciones siguen cosechando frutos reales: el establecimiento de políticas para cerrar las brechas entre el campo y la ciudad, garantías para ampliar la democracia, desvinculación por parte de las FARC de cualquier vínculo con el fenómeno del narcotráfico, garantías de verdad, justicia, reparación y no repetición para las víctimas de este conflicto, y un cese al fuego y de hostilidades definitivo.
Esta paz no se construye exclusivamente en La Habana. Esta paz requiere del compromiso decidido de todos los colombianos. Esta es una oportunidad real para transformar positivamente nuestro presente y el futuro de las nuevas generaciones.
Queremos que la historia de Germán Betancourt y la de millones de colombianos más no se vuelvan a repetir y que la esperanza de la paz se convierta en realidad.