¿Que qué opino de la propuesta de Gustavo Petro de definir como la estrategia agraria de Colombia las exportaciones de aguacates, oponiéndola además a la producción de petróleo y carbón, a los que propone reemplazar por paneles solares en la generación de electricidad, todo, para combatir el calentamiento global?
Primero, bienvenidos los aguacates que pueda exportar Colombia. Pero no hay que contraponer su exportación a la de petróleo, porque pueden darse a la par. México exporta el 80 % de los aguacates del mundo –2.950 millones de dólares– y también produce petróleo por 61.611 millones de dólares al año, de los que exporta 20.023 millones anuales.
Reemplazar los 20.452 millones de dólares anuales de exportaciones de petróleo y carbón colombiano por las de aguacates, exige quintuplicar el consumo mundial y desterrar a México y a 60 países más en la competencia global, cosa por completo improbable, así como sembrar 4,7 millones de hectáreas de aguacatales, tierra de la que carece el país.
Es equivocado proponer como principal política agraria, no la de producir para el consumo nacional, sino la de hacerlo para la exportación, y más si es de un solo producto, el aguacate o la fruta que sea. Porque si Colombia importa 14 millones de toneladas de productos del agro que podemos producir aquí, lo obvio es sustituir esas importaciones por producción nacional, en vez de bregar a financiarlas vendiéndole un aguacate a un gringo o una uchuva a un japonés. Exportar bienes agrarios secundarios, como frutas, a cambio de importar la dieta básica nacional, como cereales –con la pérdida de la soberanía alimentaria–, son imposiciones del Plan Colombia y los TLC y ha sido la fracasada política oficial desde César Gaviria. En la base de la mala orientación minera también está que nos condenaron a pagar con minerales las importaciones de bienes agrícolas e industriales que nos impiden producir.
Si bien es cierto que el petróleo y el carbón son grandes contaminantes y que hay una tendencia acertada a sustituirlos por fuentes limpias de energía, también lo es que pasarán años antes de poderse lograr ese propósito. Si se cerrara su producción en Colombia, perderíamos el 54 % del total de las exportaciones y colapsaría la economía nacional. Y Ecopetrol dejaría de aportarle al Estado, por todo concepto, 21 billones de pesos anuales, suma inmensa que tampoco puede reponerse con aguacates. Lo que debe hacerse es avanzar con inteligencia en el uso de otras fuentes de energía y mejorar las condiciones ambientales de la explotación de los combustibles fósiles, empezando por decirle no al fracking.
Por bien que valoremos las energías solar y eólica para sustituir petróleo, gas y carbón en la generación eléctrica, ello no sucederá en el corto plazo. Porque en Colombia habría que clausurar las térmicas y montar paneles solares en nueve mil hectáreas, a un costo de entre 8.700 y 13.600 millones de dólares, según se haga casa por casa o en grandes áreas, siempre con grandes subsidios oficiales porque muchos no podrían pagarlos vía tarifas.
Es de bastante riesgo, en plata y empleos –unos 25 mil–, descargar sobre Ecopetrol el peso del cambio hacia la energía solar, eliminando o debilitando su papel en el negocio del petróleo. Porque mientras la petrolera es una actividad de alta rentabilidad y Ecopetrol atesora en ella una experiencia de 70 años, la energía solar es un negocio nuevo y riesgoso.
Actuar con acierto en Colombia en contra del calentamiento global exige comprender sus causas y sus efectos. Se sabe que lo provocan los gases de efecto invernadero de todo el planeta, gases de los que el país apenas aporta el 0,35 % del total, por lo que si lográramos el imposible de reducirlos a cero –en agro, industria, transporte y electricidad–, en casi nada cambiaría el problema en el mundo y el país. Lo principal que debe hacer un gobierno colombiano es unirse con los demás para lograr que Estados Unidos y otros pocos países, que aportan el 64 % de dichos gases, los reduzcan en grande en sus territorios.
Ante estas realidades, Colombia debe centrarse en prevenir y mitigar los efectos del calentamiento global que ya se sienten en su territorio –en agua, agro, inundaciones, salud–, con otra complicación: el próximo presidente sufrirá por la seria escasez de recursos públicos que le tocará administrar, resultado de las pésimas políticas neoliberales, en especial las de los dos últimos presidentes que con toda frescura quieren reelegir.