El brutal ataque del ESMAD contra la humanidad del estudiante Cristian Pulido, quien documentaba fotográficamente los enfrentamientos entre la fuerza pública y los “capuchos” en la Universidad del Tolima el pasado 9 de junio, ha generado un bello sentimiento de solidaridad que no experimentábamos hace años en la comunidad universitaria. (Ver la historia de Cristian Pulido, el estudiante de la UT que está en coma)
No es para menos. Cristian se ha mantenido con pronóstico reservado desde el mismo momento de la agresión, registrada para la larga historia de abusos del “escuadrón de la muerte” en la memoria de su cámara fotográfica, destruida por el impacto fulminante de la ojiva del gas lacrimógeno.
Paradójicamente, en los enfrentamientos del 9 – en los que terminó herido Cristian – y los del 10, se recordaba a los estudiantes caídos en la larga historia de protestas en contra de los gobiernos nacionales por la educación superior y la universidad pública.
Desde este año, el nombre de Cristian Pulido será recordado junto al de Norma Patricia Galeano, Gonzalo Bravo, Uriel Gutiérrez, Jaime Pacheco Mora, Humberto Peña, Jhony Silva, Nicolás Neira, Oscar Salas, Jan Farith Cheng Lugo, y otras y otros tantos mártires que engrosan la larga lista de estudiantes asesinados, desaparecidos o gravemente lesionados a manos de la represión estatal y paraestatal, y que seguirán siendo recordados año tras año para que su legado siga vigente en la memoria de los universitarios.
Un sentimiento bonito, quise decir al principio, por los lazos de solidaridad que se tejen al rededor suyo, pero también uno perverso, que nos reconoce y nos encuentra sólo ante las horribles fauces de la tragedia.
Fabricamos mártires para alimentar las luchas que dejarán más mártires que seguirán alimentando más luchas. ¿Hasta cuándo? ¿Hasta siempre, y si es preciso, hasta la muerte? Creo que es necesario que este eterno retorno de lo idéntico, empiece a afirmar la vida, no más su contrario.
Hace tiempo leí una reflexión en ese sentido, sobre el histórico “Patria o muerte” de la Revolución Cubana. Atrás quedaban las décadas aterradoras de invasiones y dictaduras militares, atrás quedaba la década perdida del Consenso de Washington, era la alborada de los movimientos sociales y populares, la llegada de gobiernos progresistas, ¿Por qué seguir ofreciendo la vida cuando se trata de protegerla, de mantenerla, de potenciarla para la florescencia de la patria?
En ese tablero, se puede decir que la historia política de Colombia es otra, y es cierto. El ataque de que fue víctima Cristian Pulido se da en el marco de una “democracia” que ha asesinado y desaparecido a más personas que todas las dictaduras militares de América Latina juntas, y sobre la base de un modelo económico de despojo, hiperliberalizado, que ha entregado a la empresa privada la riqueza del país y los derechos de la población, y que proyecta entregar a las multinacionales el futuro de generaciones enteras de colombianos.
El ESMAD existe para perpetuar ese orden, que no se sostiene sino a través de la violencia.
Mi opinión es que dicho orden debe ser destruido, pero no a través de esos mismos medios. Considero que el proyecto armado insurgente, que en estos momento negocia las condiciones para la “terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera”, es la muestra más clara de que el momento histórico nos obliga a buscar otras formas, más radicales si se quiere, para la transformación del orden social y material, formas, reitero, que afirmen la vida, ya no la muerte.
Hay quienes han llegado a erotizar “el tropel” en las universidades públicas, como un “acto político en sí mismo”. Podrá tener un uso político, podrá ser susceptible de una lectura política, pero per sé, no es político. “El tropel” y la violencia, son una forma – de muchas – a través de las cuales se expresa la política, pero no son la política.
Y es tan así, que hoy no se habla de la crisis estructural de la universidad por cuenta de los malos manejos y la cortedad de miras de sus directivas. Como acción concreta, los enfrentamientos nos expulsaron de la realidad Política para instalarnos, como espectadores, ante el crudo espectáculo de la violencia.
Violencia que no pocas veces se ha tornado auto-violencia, es decir, una violencia que lastima lo mismo que se defiende, o que en ocasiones es diseñada para destruir los procesos que intentan limitarla.
Toda sociedad es por naturaleza cooperativa y conflictiva. No se puede evadir el conflicto. Luego, el que la sociedad y el hombre sean naturalmente conflictivos, no significa que sean uno y otro violentos. Se vuelven violentos cuando no son capaces de arbitrar sus conflictos. Por eso es preciso institucionalizar el conflicto, negociar el conflicto, para superar la violencia. Ahí es donde reside la virtud de la política.
Lo anterior es lo que tratan de hacer en La Habana, ¿Qué es lo que haremos nosotros en la Universidad del Tolima?
Como la Política no es el “tropel”, ni las manifestaciones del poder y tampoco sus formas institucionales (y tampoco lo que hacen los políticos), sino esencialmente la forma como las personas toman decisiones colectivas en virtud de la construcción de un orden social, sin coacción y sin dominación, tendremos que esforzarnos por diseñar espacios democráticos de participación en los que, de manera horizontal y autónoma, defendamos y construyamos la universidad que queremos.
Para ello es imprescindible que todos los factores reales de poder que inciden en la universidad participen, incluyendo a los “capuchos”, tal como en otras universidades han tenido oportunidad de hacerlo. Bienvenida la disputa política, el debate, la visceralidad y la violencia retórica, ellas serán la vacuna efectiva contra la lucha violenta, las agresiones físicas y la muerte.
La vida de Cristian Pulido merece mucho más que comunicados de buenas intenciones y comentarios solidarios en Facebook. Necesitamos transformaciones institucionales sustanciales, efectivas y reales, reducir al mínimo las fuentes que generan los conflictos.
Acerca de la violencia, sus mártires y la política
Por: SRM